Capitulo 5: La advertencia de Santiago.

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Gustavo y yo almorzamos en el Porfiado Rock Café durante todo un mes.

A veces él abandonaba a uno de sus clientes sólo para sentarse a mi lado; otras, traía consigo a una manada de niños que, a pesar de sus travesuras, no lograban arruinar nuestro encuentro.

Descubrí en ese tiempo que él no estaba tan loco como lo había creído en un principio. En realidad, sus frases eran más sensatas que muchas dichas por los que se hacían llamar cuerdos.

Él no estaba loco. Gustavo, simplemente, era libre.

—...luego de eso viajé a Holanda y visité...

Pero yo no lo escuchaba, pues estaba demasiado ocupado contando sus parpadeos. Cada vez que sus ojos café canela desaparecen tras sus pestañas allí estaba yo para admirar el momento como si de arte se tratara.

Lo era.

Había contado ciento cuarenta y seis parpadeos.

—¿Por qué nunca dejas de contar? —no parecía enojado, sino curioso.

—¿Cómo supiste que estaba contando?

—Es fácil. Lo hacías en voz alta.

No era la primera vez que me sucedía algo así: cuando algo realmente me importaba me olvidaba a mí mismo y me concentraba en los números.

No me avergonzaba de ello. Consideraba mi adicción a los cálculos como una característica más. Mi cabello era oscuro, mis ojos marrones y mi mente estaba repleta de cifras. No encontraba nada extraño en ello.

—No puedo dejar de hacerlo. —contesté a su anterior pregunta. —El mundo está hecho de cifras, así que no puedo ignorarlas. Es algo que mi mente necesita conocer.

—Entonces tenemos muchas cosas en común.—me dijo con una sonrisa mientras se colocaba sobre la mesa y unía nuestras narices. El contacto inesperado me dejó sorprendido de tal forma que no conté mis respiraciones. —Tú eres un astro y yo también. Tú eres un chico y yo también. Tú necesitas conocer cosas y yo también, aunque lo tuyo se refiera a cifras y lo mío lugares, lo cuál es casi lo mismo pero diferente...

Su voz se escuchaba como la de un niño pequeño que acaba de hacer un nuevo descubrimiento, pero nuestro exagerado contacto comenzaba a enviar escalofríos a través de todo mi cuerpo.

Lo alejé suavemente, solo dándome cuenta bastante sorprendido de que nuevamente lo quería frente a mí.

En ese momento no entendía en qué clase de loco él me estaba convirtiendo, pero debo admitir que me gustaba.

—¿Ambos somos astros? —logré preguntar luego de alejarlo. Él asintió tres veces.

—Tú eres el señor Luna y yo soy el señor Sol. —aclaró mientras tomaba una servilleta y comenzaba a doblarla para, al final, no obtener ninguna figura.—Pensé que lo sabías. Es muy obvio.

No lo era, pero no me atreví a decírselo por miedo a quedar como un estúpido.

—¿Por qué Luna y Sol?

—Aún no lo sé, pero cuando lo descubra te lo diré.—me prometió mientras tomaba mi dedo meñique entre sus manos.

Sonreí en respuesta, pues apreciaba el hecho de que compartiera sus hallazgos conmigo. También lo hice porque el contacto que estábamos teniendo me gustaba, y porque de repente quería que él sujetará más que mi dedo meñique.

Me alejé al pensar en eso, pues no entendía lo que me estaba sucediendo. Él no parecía darse cuenta.

—Pronto tendré que irme. —me dijo con una dulce sonrisa mientras intentaba comer lo poco que quedaba en su plato con un popote.

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