AYUDA

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Siempre tuve una necesidad repulsiva de ser algo más que un humano y pensé 'al diablo, quiero ser un superhumano'.

David Bowie

Hacía calor y el aire acondicionado del local no paraba de hacer ese hostigador sonido de que algo andaba mal en su anticuado funcionamiento. La chica morena, joven, con el pelo atado en un rodete, piercing en su ceja izquierda, shorts y top de delgadas tiras, mascaba un chicle al ritmo del clima emparentado con su cuerpo. Esa tarde no había entrado un sólo cliente a la escondida librería de la esquina del barrio provincial, y era inusual que lo hicieran en época de vacaciones escolares. La visión estaba anaranjada y chillona como una remasterización mal lograda, mientras los minutos se comprimían en la lentitud del débil internet de su celular, el cual persistía sobre la pantalla borroneada por sus dedos húmedos, en reproducir alguna buena canción a través de sus auriculares. La imagen que se proporcionaba de la realidad la hizo imaginarse dentro de un cuadro de Dalí en el que todo se derretía, los útiles, distintos tipos de hojas, los muebles, las paredes, el techo, quedando así hundida en una masa blanda como de plastilina...

De pronto, la campanilla de la puerta se oyó producto del movimiento bamboleante, y entonces, vio entrar a un señor, adulto aunque no mayor, delgado y bien vestido con camisa de traje manga corta y sombrero fedora gris claro cubriéndole el rostro, una maleta cuadrada y el saco tipo chaqueta descansando en su hombro. Sin duda, algo desconcertante rodeaba su aura y se expandió diversificando el aire. Ella no recordaba haber visto a alguien similar en los pocos meses que estaba como empleada, así que, vulnerada por la elegante presencia, se quitó el chicle, descoronó sus audífonos colgándolos en su nuca y enderezó la espalda.

–Buenos días... –dijo el hombre con una voz tan baja como la posición de su cabeza.

–Buen día... –saludó también–. Sí, dígame en qué puedo ayudarle.

–Vengo de muy lejos y no encontré otro lugar para mi cometido... –explicó sin revelar el rostro.

A pesar del esfuerzo por mantenerse en el anonimato, por la forma esbelta de su fisonomía, entendió que era atractivo hasta la médula, pero a ella le pareció todo muy extraño al punto de creerse que podría ser un personaje sacado de una película de los años cincuenta, o el mismísimo alien recién pisando la tierra. No le desagradó, sin embargo, algo inquietante lo rodeaba.

–Ok... –comentó la joven permitiéndose disimular una risa al imaginar que se le podría haber escapado al área 51–. ¿Entonces...?

–Necesito la impresión de un archivo de dos páginas –agregó con una actitud aceleradamente severa, y de la nada sacó un pendrive que acercó hasta el mostrador.

La joven tomó el aparato sin intentar siquiera un choque de miradas, pero espió de cerca su mano la cual encontró pulcra y con las uñas manicuradas, entonces, para no ser tan obvia con su pausa expeditiva, ella procedió a desplazarse a la computadora que se hallaba un poco hacia el extremo contrario.

– ¿Lo quiere en simple o doble faz? –le preguntó automatizada.

–Doble faz está bien.

Enchufó el dispositivo en la máquina y la carpeta de archivos se abrió al instante. Mientras con sus índices se secó en círculo las ojeras transpiradas, uno tras otro archivo iban cargando en fila consecutiva. De repente, se encontró con algo tan fuera de lo común que la obligó a acercar sus facciones incrédulas y levantar las pestañas como quien descubre un tesoro, y vaya que lo era. Se presentaron ante ella varios archivos de video con nombres de los conciertos más renombrados de la historia de la música. El que más le interesó, el titulado "Live Aid completo". Una joya que no había podido conseguir sin cortes. Tuvo la intención de atreverse a cambiar los íconos a formato de viñetas grandes como para asegurarse.

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