BORSALINO III

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- ¿Qué te parece si vamos por nuestra siguiente presa? -le interrumpió el ánimo

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- ¿Qué te parece si vamos por nuestra siguiente presa? -le interrumpió el ánimo.

- ¿Presa?... Sí... de acuerdo... -respondió Siro, entregado a su mandato de tono tan persuasivo.

Pareciéndole el calificativo una inmoralidad apropiada para la personalidad de su asesor, no perdió instante en analizar que el descanso sobre el que estaba, pertenecía a una de las escaleras internas, es decir que no eran las principales, pero subió por ellas hasta detenerse en alguna sala parecida a la que había visto de aquellos cerámicos traslúcidos como agua quieta. Tenía asumido que lo lograría.

Vio algo de civilización, algunas personas pasar caminando en retraso, seguramente, hacia el auditorio que, dedujo, estaba a unos pisos arriba ya iniciando la función escolar. Asomándose cuidadosamente, observó a la chica de unos veintiocho, una morena de cabello ondulado negro y grandes párpados, pasar bailando sola lo reproducido por su vincha hifi, tocar lo rústico de las paredes como si las pintara, y cantar a media voz en idioma extranjero. Los antebrazos medio remangados mostraban cicatrices de viejas rayas epidérmicas. Alguien inspirado en estos términos, habría de toparse con la insignia bajo su manga. Siro estaba listo una vez más. Creyéndose dueño del mensaje, pensó en abordarla antes de que atravesara la sección.

- ¡Ella no! -lo detuvo Borsalino como de un hondazo.

- ¿Por...? ¡Ah... los audífonos! Puedo pedirle que se los saque...

-No es por eso... No lo necesita...

-Ahhhjjjj, no puede ser... pensé que yo podría elegir... -respondió ansioso.

- ¿Y qué crees que estás haciendo, mi querido?

Sin decir nada más a su respuesta paradójicamente surrealista, la perdió de vista y con ello, sintió que había perdido su botín. Sin embargo, no perdió aquella significación mística que le decía la voz de su cabeza, siendo entonces cuando sintió que era el momento de acudir a su corazonada, manecilla minutera de su visión curpúscula de la realidad como poder propio contra ella. Sus sentidos inmersos en cámara lenta a las risas repicantes salidas de los chicos correteando, al murmullo previo al espectáculo de algunas familias, al masticar disonante de las garrapiñadas. "¿Acaso has entendido el mensaje?" le resonó como bass, oleaje helado e hirviente sobre su visión crítica. Apretó los ojos descansando de aquello. Volvió a mirar revolviendo en un mismo recipiente a la ira contra la alegría, al poder contra la tristeza, a la debilidad contra la inspiración.

Las personas avistadas se adentraron por los escalonados caminos, cuando de pronto, en medio del silencio escuchó los gritos de pleito, amortiguó su estepa para ocultarse tras un busto de algún célebre, de espaldas giró la cabeza bajo el sombrero, entonces descubrió el rostro abandonado por los pasos vanidosos e iracundos del masculino de los dos interlocutores; del lado contrario, una cara femenina, más joven de lo que se puede ser para tener esa expresión de desilusión. Eran unos ojos marrones mojados, chorreando la impotencia de su desprotección. Una jovencita llorando por, probablemente, un jovencito. Un dejo, una separación. Siro lo supo. Era la indicada. Trotó hasta ella, mirando hacia los costados como si cruzara una autopista.

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