Vanya
Nunca en los veinticuatro años que tenía de vida llegué a imaginar que esto me iba a suceder a mí. Sabía que el karma me llegaría de una u otra manera. Que un día iba a tener que pagar por todo lo malo que he hecho, pero no pensé que fuera así, que mi karma iba a llegar de la mano de mi primer amor, del chico que me hizo sentir bien en medio del infierno en el que vivimos algunos años de nuestras vidas.
Noah fue mi primer amor. Creí que las cosas serían diferentes a su lado y que algún día nos volveríamos a encontrar después de salir de ese horrible lugar. Noah era tan diferente cuando estábamos ahí dentro y cuando lo vi aquella noche todo mi mundo se sacudió. No esperaba verlo en esa casa, encontrarnos de esa manera, en aquella situación tan horrorosa.
Lo busqué por tantos años y no tuve noticias de él, por eso llegué a pensar que estaba muerto, pero no era así. No estaba muerto, andaba más vivo que algunos otros. Se escondía de mí porque no quería verme, no soportaba la idea de que los recuerdos que una vez creamos juntos revivieran. Lo que sea que le hicieron distorsionó la idea que tenía de mí. En su mundo de fantasía yo era la villana de su historia y podía vivir con eso. Después de lo que me hizo ya no me importaba lo que pensara de mí, yo misma le iba a quitar la vida. Lo mataría lentamente y que sintiera el mismo dolor que él mismo provocó con la muerte de ese ser inocente que no tenía por qué pagar culpas ajenas.
Después de que Noah me inyectó ese líquido mi cuerpo se quedó en modo suspendido. Podía escuchar todo lo que decían, abría los ojos, pero los cerraba a los pocos minutos. Era un fuerte sedante, pero yo misma acostumbré a mi sistema a ese tipo de sustancias, por eso no hizo el mismo efecto que ellos esperaban que hiciera. Tampoco tenían que saberlo.
Me sacaron de la casa y me subieron a una camioneta en la parte de atrás. Me arrojaron como si fuera una bolsa con ropa sucia. No les importó nada. El chofer condujo por algunos minutos. No tenía noción del tiempo, pero calculé que fue una hora, un poco más. Nos detuvimos y entramos a un estacionamiento y después me bajaron para subirme a otro vehículo. Eran inteligentes porque todo el tiempo se aseguraron de que nadie se diera cuenta de que lo que estaban transportando era una mujer aun con vida.
No sé exactamente como ni cuando, pero llegamos a una pista de aterrizaje. Noah, la misma mujer que agredió a Nate y otro sujeto estuvieron al pendiente de todo. No me permitían estar ni un minuto sola. Mantenía los ojos bien abiertos y estaba al tanto de todo, pero no podía moverme ni decir nada. Me subieron a un jet y me dejaron en uno de los asientos más largos. Aunque mi cuerpo me pedía que resistiera y que pronto íbamos a salir de esto las pocas esperanzas se estaban esfumando.
Nada de lo que sucedía estaba bien, todo iba de mal en peor y si creía que las cosas no podían empeorar estaba más que equivocada. La situación sí podía empeorar y mucho.
Noah me arrastró hacia la única pequeña habitación que había en el jet. Me dejó en la cama y se fue. Agradecía que me dejara sola, aunque no podía hacer nada, ya que seguía drogada y no tenía nada de fuerzas para poder escapar. Y tampoco es que pudiera hacerlo, estábamos a miles de kilómetros de la tierra y a menos que supiera volar no iba a salir viva de ahí.
Cuando llegamos a aquel lugar ya era de día. El sol me calentaba la piel y me reconfortaba un poco más. Me bajaron del jet y pude darme cuenta de que estábamos en un lugar remoto, lejos de la sociedad. No había nada más que nieve y árboles cubiertos por una gruesa capa blanca. De nuevo me subieron a una camioneta y una vez más condujeron a quién sabe donde.
—El jefe me llamó mientras estábamos en el jet —habló Noah. Lo podía escuchar perfectamente.
—¿Qué dijo? —preguntó la mujer.
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Letal. +21. (EN PROCESO)
RomanceNueva versión del libro Bendito Infierno. "Todos llevamos un infierno dentro"