Capítulo 8.

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Vanya

El frío se estaba apoderando de aquel lugar. Los cobertores ya no eran suficientes para aminorar la sensación que me hacía sentir cansada y triste. Quería ducharme. Desde que me trajeron a este lugar no me había duchado y ya olía mal. No tenía ni idea de cuanto tiempo llevaba encerrada en este sitio, pero calculaba que al menos dos semanas, un poco más.

Me levanté de la cama y protegí mi espalda con una frazada. Estaba descalza y el frío subía por mis pies a todo mi cuerpo. Miré a través de la ventana, dándome cuenta de que aquel manto de nieve era más grueso y predominante. Tirité de frío y me froté las manos.

Solté un largo y profundo suspiro. ¿Qué estarían haciendo Nate y Seth? ¿Me extrañarían cómo yo los extrañaba a ellos? Quería ver a mis padres, a Cami, mi mejor amiga, la hermana que la vida me regaló. Quería regresar a Nueva York y ver a Zora y a todos mis perrhijos que saqué de las calles o les quité a los imbéciles de sus dueños que solo los maltrataban. No me arrepentía de lo que hice, porque si no lo hubiera hecho tal vez ellos ya no estarían aquí y hubieran cruzado el arcoíris hace mucho.

Noah salió de la cabaña junto a Artem, subieron a la 4x4 que tenían estacionada frente a la cabaña y se alejaron. Eso quería decir que la perra de Ksenia y yo estábamos solas en la cabaña y que si no aprovechaba este momento ya no podría huir de aquí.

Me protegí más con la frazada y regresé a la cama. Ya no me drogaban porque me querían lucida para cuando me sacaran de aquí y me llevaran con el asqueroso violador que me iba a comprar. Podía ser cualquiera, maté a muchos mafiosos de todas las organizaciones, así que la mayoría me quería ver muerta. ¿Me arrepentía? No, nunca me arrepentía de mis actos y ahora solo estaba pagando las consecuencias de lo que hice en el pasado. Lo volvería a hacer una y otra vez sin importar que esas decisiones me trajeron aquí.

Liberé a muchas mujeres de cerdos violadores, asquerosos pedófilos y secuestradores. Lo haría de nuevo una y otra vez, las veces que fueran necesarias con tal de saber que todas ellas estaban en un lugar seguro, aunque yo lo estuviera pasando mal.

La puerta se abrió y detrás apareció Ksenia, sostenía una bandeja con la comida. El estómago me rugió porque no comía mucho y lo poco que me daban no me alimentaba bien. Dejó la bandeja en el colchón y se apartó.

—Come —ordenó. Miré dentro de la bandeja y había un emparedado y un vaso con leche.

—Eso no me llena —cogí el emparedado.

—¿Crees que me importa? —respondió molesta.

—No, claro que no —le di una mordida al emparedado y me supo a gloria. No era carne, pero el jamón y el queso me sabían tan bien en la lengua. Las papilas gustativas vibraron y casi gemí por estar comiendo algo tan rico.

—Come y cállate —masculló.

Se quedó frente a la puerta, asegurándose que me terminara el emparedado y me tomara las pastillas que me estaban ayudando con mi dolor.

—Necesito más toallas sanitarias —le dije, pero ni caso me hizo, me ignoró por completo —. Sigo sangrando —la miré —. Al menos responde, desgraciada —espeté.

—Cuando Noah regrese a ver si las trajo —no me miraba a la cara.

—¿A dónde fueron?

—Ya no hay comida y todavía vamos a estar aquí una semana más por tu culpa —a falta de servilletas me tuve que limpiar los labios con la frazada.

—¿Por mi culpa? —inquirí entre molesta y sorprendida por su descaro —. ¿Acaso yo les pedí que me secuestraran y me trajeran aquí? Ustedes lo hicieron por órdenes de tu estúpido jefe —Jaló la silla y se sentó en ella —. Si estamos en esta situación no es mi culpa, imbécil.

Letal.  +21. (EN PROCESO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora