Nate
Everett llegó poco después de que Seth se fue. Me asomé con cuidado a la puerta y era él. Lo llegué a ver una o dos veces en la casa cuando Seth le habló, pero nunca entablé una conversación con él. No teníamos nada en común, ni siquiera algo de qué hablar. Su vida y la mía eran completamente diferentes. Yo nací en una cuna de oro, mientras que él tuvo que salir adelante cómo la vida le dio a entender. Empezó a robar a temprana edad, no pasaba de unos cuantos dólares o comida en algún supermercado, pero después ya no era suficiente, tuvo que robar carteras y cuando se dio cuenta de que era la manera más fácil de obtener dinero lo hizo a mano armada. Una vez lo detuvieron, estuvo dos años en prisión, salió antes por buen comportamiento, pero continuó haciendo lo mismo hasta que se dio cuenta de que era bueno con las computadoras y sus amigos le enseñaron a hackear.
Se convirtió en el mejor y estaba en la mira del FBI por todo lo que hacía y sabía. O eso es lo que decía Seth. O tal vez todo lo que dijo era mentira y esa no era su vida. Tal vez mintió y nadie sabía exactamente quién era o si ese era su nombre real.
Se encontraba sentado en el sillón frente a mí. Le ofrecí algo de tomar y me pidió coñac. Llevaba el cabello un poco corto. Ojos azules y una piel pálida como si fuera un vampiro. Tenía los brazos tatuados, pero sorprendentemente las manos no, las tenía limpias por completo.
—¿Tu hermano va a tardar mucho? —preguntó tras darle un sorbo al vaso —. Ya es muy tarde.
—No sé, dijo que tenía algo que hacer.
—Me imagino. Es un hombre ocupado —observó la sala, cada esquina y cada detalle de esta.
—Lo es —fijó su intensa mirada en mí —. ¿Tú te dedicas a algo más además de lo que ya sabemos qué haces? —dejó el vaso en la mesita de la sala.
—Hago esto y aquello, ya sabes —evadió la pregunta y encogió los hombros —. Hago de todo un poco para sobrevivir. La vida no se me dio fácil cómo a ti y tu hermano —me reí.
—No todo fue fácil para Seth y para mí. Lo sabrías si me conocieras, pero cómo no me conoces no hables —hablé serio.
—¿Sabes que podría averiguar todo de ti mientras me masturbo acostado en mi cama? Pero no lo hago porque no quiero.
—No lo haces porque Seth te lo tiene prohibido. Si me investigas o sacas algo de nosotros te delata con ya sabes quién y eso no es bueno para ti. No te gustaría pasar el resto de tu vida dentro de una celda de dos por dos metros, sin poder acceder a una laptop y teniendo cómo única tecnología solo una televisión vieja que se ve en blanco y negro, ¿o sí? —estiró una sonrisa de lado, un poco forzada para ser sincero, pero la disimulaba muy bien.
—Tu hermano te ha hablado bien de mí.
—Dice que eres un patán —le dije.
—Soy eso y más —respondió. Me mostró el vaso y tuve que levantarme y servirle más coñac. Al servirle más alcohol la puerta se abrió y Seth entró. Ya era muy tarde cuando llegó a la casa y se notaba tranquilo, como si nada hubiera pasado. Solo esperaba que no lo hubiera matado y que solo le haya dejado la nariz sangrando y ya. Sería lo mejor que le pudiera suceder al oficial Murphy.
Regresé frente a Everett y Seth tomó asiento a mi lado frente a Everett. Se miraron un par de segundos hasta que mi hermano rompió aquel espeso silencio y habló primero.
—Viniste.
—Me vas a pagar muy bien cómo para negarme —lo miró mientras bebía un poco de coñac —. Dime, ¿qué quieres que haga? ¿A quién quieres que encuentre?
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Letal. +21. (EN PROCESO)
RomanceNueva versión del libro Bendito Infierno. "Todos llevamos un infierno dentro"