—"No me apartaste de tu vida"— fue el único susurro de Xiao Zhan antes de ser alejado por un grupo de policías. Quería decirle que no, que se olvidara de él. Pero no fue posible, no por ruido o falta de tiempo, sino porque sus palabras murieron en su boca.
En esos instantes, Wang Yibo se volvió a tocar los labios. Aún sentía el cosquilleo y el sabor de Xiao. Estaba sentado en un autobús en dirección a la cárcel; había mucha más gente con él, pero le daba igual. Su mente solo rondaba a su demonio, Xiao Zhan.
Pasaron un par de horas antes de llegar a su nuevo hogar. Vista desde fuera, la cárcel era imponente y austera. Tenía muros altos y robustos, encima de ellos había un sinfín de alambre de púas, además en cada esquina se encontraba una torre de vigilancia. La reja era grande y solo era abierta por un oficial.
Los hicieron bajar del autobús y los guiaron hacia dentro de las instalaciones. Allí los comenzaron a llamar uno a uno, quitándoles sus pertenencias y dándoles el uniforme. Un uniforme gris y con su nombre bordado en la parte derecha. Los policías eran duros, no parecían dar su brazo a torcer, pero Yibo no les prestó mucha atención, solo quería acostarse y descansar.
Fueron guiados una vez más y finalmente les dijeron dónde estaban. Estaban en la zona 2, zona de asesinos de bajo riesgo. Las celdas eran compartidas por un máximo de dos personas y les explicaron las normas principales: no causar disturbios, seguir las órdenes. Lo básico en una cárcel. Además, les informaron que si tenían buena conducta, eso favorecería su libertad y comodidades. Wang Yibo prestó atención a eso último.
Después de media hora, Wang Yibo fue guiado a su celda. Allí observó cómo un chico pelinegro lo miraba con curiosidad y diversión.
—¡Bienvenido a tu nuevo hogar! Me presento, soy Li Bowen, encarcelado hace dos años y medio por asesinato en defensa propia —dijo en modo de presentación, extendiendo su mano.
Wang Yibo, por inercia, también ofreció su mano. Triste fue su final al verse tirado en el suelo con un pie sobre su cabeza.
—Eres un cachorro en este mundo —le dijo con tono de burla—. Primera norma: no te fíes de nadie, hasta tu cepillo de dientes puede acabar con tu vida.
Wang Yibo quiso maldecir en aquel momento. Aquello no iba a ser tan fácil como se lo había imaginado.
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Pasó el tiempo. Demasiado lento para algunas personas. A lo largo de ese tiempo, la empresa Wang se enfrentó a una de sus más grandes crisis. Sin embargo, la unión con las empresas Ji y Wang C.L. detuvo lo que iba a ser la mayor caída monetaria conocida.
Con lo anterior dicho, Ji Li y Wang Zhou Cheng se terminaron casando con los hermanos Wang. Un revuelo, pues realmente se habían casado solo un día después del conocido caso Wang. Todo esto por culpa de sus padres, pues por ellos nunca hubiera existido tal unión. Sin embargo, al ya estar casados, no había nada que hacer. Las empresas estaban unidas de manera directa.
Por otro lado, la familia Xiao se abstuvo de dar cualquier tipo de declaración. Xiao Zhan había vuelto a huir, nadie sabía dónde estaba; su paradero solo era conocido por su psicólogo y amigo Yu Bin. Todo esto, por seguridad y comodidad, pues el menor necesitaba tiempo para sanar y descubrir lo que realmente quería.
El trío de oro se separó en dos: Ji Li y Wang Zhou Cheng, que habían creado una familia con los hermanos Wang, y Xiao Zhan, completamente desaparecido. Para qué mentir, su unión tan fuerte se perdió por la separación. Se querían, sí, pero ya no eran críos que solo se tenían entre ellos. Habían llegado nuevos personajes a sus vidas y ya no tenían una relación tan dependiente. Todo había cambiado.
Wang Yibo descubrió que la cárcel era más interesante de lo pensado. Li Bowen le enseñó todo lo importante allí: cómo actuar, quiénes eran buenos y quiénes no. Conoció a gente con muchas historias, pero por primera vez pudo hablar con gente siendo su igual. Es decir, sin un apellido de por medio, ni dinero o drogas, no, todos eran iguales bajo esos muros. Dejó de fumar y optó por comenzar a estudiar otro idioma. Cambió, tuvo mucho tiempo también para reflexionar, para dejar de culparse por la muerte de Cao Yuchen. Para aceptar la historia de su padre, para entender que la libertad que siempre había anhelado lo había convertido en eso: un asesino y un mentiroso. Ahora tendría que vivir con esa verdad.
En esos instantes se estaba despidiendo de Li Bowen, el cual realmente había asesinado a sangre fría a los asesinos de su madre, tan solo que estaba en ese módulo porque no causaba ningún tipo de disturbios. Miró aquella sonrisa burlona y lo abrazó una vez más.
—Mi querido Yibo, las noches hablando de tonterías ya no serán lo mismo. Pero tranquilo, me queda un año, así que, quién sabe, puede que nos volvamos a encontrar —le dijo a modo de despedida.
Como si volviera a ser un novato, fue guiado por un policía, volviendo a la sala donde había entrado por primera vez. Allí se le devolvió su ropa y pertenencias, dejando solamente un paquete de cigarrillos. Ya no eran necesarios.
Eran las dos de la tarde cuando la verja fue abierta. Allí esperó encontrar a su familia, sin embargo, encontró un coche negro con los vidrios tintados. Se acercó a él y vio cómo la ventanilla era bajada.
—Hola Yibo, cuánto tiempo, ¿no?
—Cao —susurró casi sin creérselo. Las lágrimas no tardaron en asomarse, abrió la puerta de ese coche y se lanzó a abrazarlo. No se le fue negado el gesto. Comenzó a besarle la cabeza, incapaz de creerse lo que veía. Lloró un poco más, sin dejar de abrazarlo. Sin embargo, el carraspeo de una tercera persona hizo que se separara.
—Wang —le dijo una voz desde el asiento del piloto. Allí se giró y pudo observar a Ren Jianlun, el cual lo miraba con desagrado y celos. Alzó la ceja ante ese gesto.
—Siéntate delante, por favor —fue lo único que le dijo antes de volver a mirar a la carretera. Iba a ser un viaje por carretera entretenido, o eso pensó.
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RX_893
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Entre Sombras Y Luz
FanfictionXiao Zhan no está bien, no después de sus quince cumpleaños. Cada año, cada mes, cada hora, minuto y segundo, se vuelven más monótonos, el Xiao se vuelve una marioneta vacía. Pero nunca pensó que un Wang pondría su vida patas arriba. Y un Wang, nunc...