XXXII

47 9 11
                                    

Finalmente había llegado el día. Dos semanas habían pasado desde su reunión. Hoy, al caer el sol, liberarían el pueblo o morirían en el intento. Todo había sido milimétricamente planeado, repetido, memorizado y ensayado hasta el cansancio.

Habían logrado reunir armas, materiales, cómplices y todo lo que fue humanamente posible prevenir. Sin embargo, tenían las de perder - y lo sabían.

El atardecer comenzaba a pintar con tonos rojizos el ambiente. Kid y Law se encontraban sentados en el techo del motel, contemplando el esplendor del que podría ser su último atardecer.

No se habían atrevido aún a dirigirse la palabra, pero, de vez en cuando, por el rabillo del ojo se miraban uno al otro. Sus silencios se abrazaban mientras la infinitud de la incertidumbre aplastaba sus cuerpos y aceleraba sus corazones rozando el fallo.

Era como si el miedo rasgara sus carnes y las dejara a merced del enorme sol, que los abrasaba violentamente como la lava de un volcán. Respirar dolía, como si su interior se quemara cada vez que por allí pasara el aire.

El terror tan frío y tan tierno de saber que podían perder a su otra mitad solo meses después de haberla encontrado superaba en magnitud y crueldad al de perder la vida propia.

Se miraron fijo y con más dudas que certezas Eustass Kid rompió el silencio para dirigirse a su amado: -Trafalgar, quiero que sepas, que moriría por ti, porque gracias a ti supe que estaba vivo.

-No quiero escucharte decir esas cosas de nuevo, Eustass-ya. Después de todo, ¿Qué clase de médico crees que soy? ¿Uno que no siquiera puede salvar a su mejor paciente?

-¿Eso soy para ti? ¿Un paciente?

-Al menos dije que eras el mejor de ellos... - dijo el moreno encogiéndose de hombros mientras esbozaba una sonrisa burlona

-Te detesto

-Te amo - y depositó un suave beso en los labios del pelirrojo. - Ya es hora de repasar el plan por última vez, vamos.

...

La luz de la luna era lo único que iluminaba el desierto. Las ráfagas de aire frío podían cortar hasta las pieles más curtidas. Un camión se detenía en la entrada del pueblo mientras esperaba la autorización para entrar.

Un destello de luz le dio la señal de que estaba todo en orden y las enormes puertas de madera se abrieron de par en par. Las luces de las casas estaban todas apagadas. Dos soldados, pasaron entre los cultivos donde hace solo unas horas los habitantes habían realizado una larga jornada de trabajos forzosos, llegando hasta el camión. Allí, les hicieron seña de que se baje el copiloto.

Se trataba de un cargamento de armas. Preocupados por la fuga de los prisioneros, los dictadores decidieron reforzar su arsenal para anticiparse a un posible combate. El copiloto descendió del vehículo y les mostró a los soldados la planilla con todo el pedido, para asegurarse de que estuviera completo.

-¿Todo en orden? - preguntó.

-Eso parece. Déjame ver el cargamento, me pidieron que haga el recuento físico. - contestó el soldado.

-Por supuesto, deja que saque la lona que cubre el cargamento.

-Te ayudo, está muy frío, cuanto antes terminemos mejor.

Se pusieron manos a la obra para desatar y descubrir las armas. Luego de unos minutos, el soldado agarró la planilla para tildar todos los elementos que efectivamente estuvieran en el camión.

Mientras el viento quemaba sus rostros y agrietaba sus labios, los dos hombres fueron tachando uno por uno todos los artículos de la planilla. Al llegar al último, el soldado habló:- ¿Y los molotov? No los veo por ninguna parte.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora