Libros

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Algunos días habían pasado desde el acontecimiento anterior. Esa mañana, el príncipe Geto se encontraba en su biblioteca, completamente sumido en la lectura. Estaba recostado sobre un amplio sofá, con las piernas recogidas sobre el asiento para mayor comodidad. Su cabello estaba suelto y vestía prendas más cómodas, al ser sábado se daba el lujo de lucir informal. En contraste, su guardia permanecía firme a su lado, siempre vistiendo la imponente armadura. Quien desde su posición, parado al costado derecho del príncipe, podía ver la tapa del libro, las pálidas manos que lo sostenían, y si permitía que su mirada descendiera, se encontraría con los tentadores muslos que la postura del príncipe acentuaba. 

Gojo se castigó mentalmente, pellizcándose un brazo por ese pensamiento impuro. Al día siguiente rezaría veinte rosarios en la iglesia para redimirse.

El aburrimiento comenzaba a apoderarse de Geto, quien alzó la vista del libro justo a tiempo para notar el pequeño gesto que captó su atención.

— ¿Satoru?

Le habló con cierta confusión en su voz, notando con gracia como volvía a su posición inicial, fingiendo que nada había ocurrido.

— ¿Si, su alteza?

— ¿Qué le gusta leer?

La pregunta descolocó un poco al soldado, acercándose a él para poder escucharlo con mayor claridad.

— ¿Disculpe?

— Quiero saber qué lee. Si bien sumo que todos son lectores, tengo entendido que los gustos varían según la persona. Ahora estoy leyendo un romance, pero me gustan más las historias de viajes. ¿Qué hay de ti?

—Yo...no sé leer, su alteza.

La respuesta avergonzó un poco al peliblanco, recibiendo una mirada de asombro por parte del príncipe. Entonces retomó su libro no desde donde había quedado, sino volviendo páginas atrás hasta el comienzo y empezó a leer en voz alta. La silueta de Geto era sumamente bella en esa pose, añadiendo la suavidad en su voz con la que leía aquella historia. Para Gojo no había ser más bello, siquiera las pinturas de musas griegas llegaban a igualar su hermosura. 

De más estaba decir que Gojo se perdió a mitad de la narración, pero fue incapaz de detener al príncipe que se esforzaba en leer de la manera más clara y comprensible. Era un verdadero privilegio. Geto se detuvo en un punto crucial, antes de que los protagonistas pudieran darse ese beso esperado y Gojo, inconscientemente, frunció el ceño. El príncipe sonrió al notarlo, cerrando el libro.

— ¿Te ha gustado? 

— Si, su alteza. Usted es muy bueno leyendo, lo felicito.

 Al escuchar el cumplido, la sonrisa de Geto se desvaneció, y se levantó con un gesto algo tenso. Sintió una punzada de molestia que no pudo evitar. Comenzó a recorrer la biblioteca, siendo seguido por el guardia, como de costumbre actualmente. Sabía que el soldado solo había querido halagarlo, pero en su interior, las inseguridades que lo atormentaban se activaron: ¿alguna vez sería admirado por algo más importante que su forma de leer? ¿Por una verdadera hazaña? Probablemente no.

Gojo podía sentir la tensión, pero temía hablar y ofender así más al príncipe. Permaneció en silencio, cumpliendo con su deber mientras caminaba detrás de Geto. Veía como él colocaba ese libro que había leído en su lugar y, en cambio, agarraba otros, los hojeaba un momento y luego los volvía a guardar. No podía evitar admirar la forma en que las delicadas manos del príncipe se deslizaban sobre los lomos de los libros, acariciando el relieve de algunos o incluso pasando por aquellos títulos que no podía comprender. De repente, el joven se detuvo y escogió uno. La mirada curiosa de Gojo ansiaba saber cuál había sido el escogido, pero el príncipe no reveló nada, sumido en su propio silencio.

(...)

— Se está haciendo tarde, pronto será la hora de cenar.

— Tiene razón, su alteza. ¿Irá a cambiarse?

— Así es. Dudo que al rey le agrade verme vestido como campesino.

La broma del príncipe le robó una sonrisa al guardia, pero la conversación acabó ahí. El sol comenzaba a ocultarse y en el palacio tanto los sirvientes como los cocineros se encargaban de preparar la exquisita cena de esa noche. Paralelamente, mientras ambos caminaban hasta la habitación real, Geto sostenía contra su pecho el próximo libro que había escogido para leerle a su guardia personal.

Geto continuó caminando hacia su habitación, sintiendo la presencia constante de Gojo a sus espaldas. Había algo en la forma en que el soldado lo miraba, esa mezcla de respeto y algo más profundo, que lo inquietaba y fascinaba al mismo tiempo. Giró levemente su cabeza, observando por el rabillo del ojo cómo Gojo mantenía su mirada fija en él, como si cada uno de sus movimientos fuese de suma importancia.

—Satoru.

Murmuró Geto de repente, deteniéndose en medio del pasillo

—¿Por qué frunciste el ceño antes, cuando dejé de leer?

Gojo se tensó de inmediato, comenzando a sentirse nervioso. ¿Tal vez había sido esa la razón de su enojo? Sea como fuera, no esperaba que el príncipe hubiera notado aquel gesto involuntario. Tragó saliva, buscando una respuesta que no lo comprometiera, pero la suavidad en la voz de Geto y la forma en que sus ojos oscuros lo miraban, expectantes, le dificultaban encontrar las palabras.

—No lo sé, su alteza.

Respondió haciendo una breve pausa, bajando ligeramente su mirada.

— Supongo que estaba demasiado interesado en la historia... y me sorprendió cuando se detuvo.

Geto alzó una ceja, claramente divertido por la explicación de su guardia. A diferencia de sus hermanos que eran hábiles y fuertes guerreros, Geto tenía muy aguda su intuición y en ese momento podía notar con suma facilidad el nerviosismo que consumía el cuerpo de su guardia por debajo de su armadura. Dio un paso hacia él, acortando ligeramente la distancia que los separaba. Gojo contuvo la respiración, sin moverse, su postura rígida como si temiera romperse con el más leve toque.

—¿Te gustaría que continúe? 

El guardia sintió un estremecimiento recorrer su espalda. Una parte de él quería decir que sí, que deseaba escuchar esa voz melodiosa por horas, pero otra parte, más disciplinada, sabía que debía mantenerse firme en su rol.

—Solo si es su deseo, su alteza.

Geto sonrió levemente, complacido por la reacción de su guardia. Había algo en conseguir que los demás se pusieran nerviosos ante su belleza que siempre le había resultado entretenido. Sabía el efecto que provocaba, y a menudo se divertía utilizando su encanto para provocar esas sutiles reacciones. No buscaba nada más allá de eso, al menos por el momento.  La camisa blanca y holgada que portaba tenía un botón más desabrochado de lo necesario, y no pasó desapercibido cómo el soldado luchaba por no desviar la mirada más allá de lo permitido

—¿Y si fuera mi deseo? 

Gojo sintió una ola de emociones cruzar su interior: confusión, deseo, y el peso de su responsabilidad. Abrió la boca como para responder, pero se detuvo antes de pronunciar palabra, esforzándose por mantener la compostura.

El príncipe, tras un momento de silenciosa tensión, se apartó con una sonrisa enigmática y continuó su camino hacia su habitación. Aunque le resultaba entretenido jugar con los nervios de su guardia, no tenía verdaderas intenciones más allá de la diversión que le brindaba. El guardia, por su parte, se quedó inmóvil por unos segundos, sintiendo el latido acelerado de su corazón. La belleza del príncipe era innegable, pero más peligrosa aún cuando jugaba de esa manera. Respirando hondo, recuperó el control de sí mismo y retomó su posición detrás de Geto, recordándose que su deber estaba por encima de cualquier emoción propia. Había jurado protegerlo, no dejarse llevar por sus propios deseos.

Más allá de la lealtad | satosuguDonde viven las historias. Descúbrelo ahora