¿Fue quizás la frescura del aire? ¿La dulzura de los versos que el príncipe recitaba? ¿La belleza irresistible de sus tiernas facciones? ¿Qué había sido? ¿Qué había motivado al soldado Gojo a besar con dulzura el dorso de la mano de Geto? Había sido un error. Un tonto, tonto error. Se percató de ello tan pronto como un enorme rubor cubrió ese rostro angelical y se descubrió completamente perdido en él. Hundido en Suguru Geto, su adorado príncipe.
El pelinegro no quiso quedarse atrás, no podía. No cuando estaba tan inquieto su corazón. Sintió un calor inesperado subiendo desde su pecho hasta sus mejillas y permitió que el soldado viera ese acto vulnerable a sabiendas de que no estaba permitido que alguien como él, un príncipe, mostrara esa expresión a nadie más que a su futura prometida. sin embargo, no podía ocultar sus sentimientos, ni mentirse a sí mismo. Geto no podía ocultar su impaciencia, sus fantasías con los suaves toques de Gojo mientras entrenaban, o con la intensidad de sus miradas durante el baile, las caricias... que lo habían mantenido tantas noches en vela. Además, estaba casi seguro que no era el único que se sentía de esa forma. No era correcto, no estaba permitido ni ante su padre, ni ante las leyes, ni ante Dios... pero, ¿en serio estaba tan mal enamorarse de esa manera? El príncipe subió una mano para acariciar la mejilla del guardia, aunque esta temblaba ligeramente. Permaneció allí por largos minutos, como si temiera moverse, como si la idea de retirarla fuera más dolorosa que dejarse llevar.
Satoru no lo dudó y reposó su rostro sobre la dulce y suave mano de su alteza. Era la más cálida sensación. Todos sus pesares se desvanecieron y por un momento en su cabeza no había nada más que el deseo imperioso de cometer pecado.
No dijeron nada, solo se miraban, tocando uno la mejilla del otro. Acariciando, el otro, el dorso de su mano. Suspiraron. La tensión era palpable, el aire se había vuelto denso, cargado de anhelos silenciosos y de promesas no dichas. Los dos corazones latían a una rapidez inhumana, se necesitaban, se llamaban. Pero temían aún acercarse. No solo el hecho de ser ambos hombres los detenía, sino también el juramento de uno y el mandato social del otro.
La luz tenue de la tarde acompañaba el momento entre los dos junto con el canto dulce de los pájaros. Desde el cuarto que se encontraban, frente a un gran ventanal abierto, sentados sobre unas escalinatas se podía apreciar una bella vista del horizonte. El ambiente era más que propicio para terminar de echarlo todo a perder. Para cometer otro error, uno más grave y más irreversible. El soldado hacía caso omiso a sus impulsos cuando notó una cercanía irremediable con ese bello rostro y comprendió que no quería ser él quien arruine la pureza de Geto, por lo que hizo un ademán de incorporarse pero, para su sorpresa, el mismo príncipe se lo impidió. Cerró sus ojos con fuerzas, tratando de contenerse un poco más, lo más que pudiera.
— Su alteza...
Susurró con nerviosismo, pero a la vez como advertencia. El mencionado no se inmutó, acercándose más hasta quedar de rodillas frente a él, con los ojos llenos de determinación.
— Podemos... podemos tener otro secreto, Satoru.
Ronroneó con suavidad, aunque su voz temblaba ligeramente. Intentó esbozar una sonrisa cómplice, pero la tensión en su rostro delataba su nerviosismo. Nunca había experimentado algo así; todas las novelas románticas que había leído se quedaban cortas ante la intensidad de este momento, y en ninguna de ellas los protagonistas eran dos hombres.
El soldado sintió el peso de esas palabras como una bendición y una condena a la vez. "Otro secreto", pensó, como si los que ya compartían no fueran suficientes para destruirlos si fueran descubiertos. Tuvo un vago recuerdo del juramento ante el rey y comenzó a invadirlo la culpa. Pero... los ojos de Geto brillaban con un anhelo irresistible. Gojo inclinó su rostro hacia el príncipe, dejando solo un pequeño espacio entre ellos, mientras el deseo y la razón luchaban dentro de él. Una especie de trompeta aguda sonaba en su cabeza, como advirtiéndole que estaba traspasando esa delgada línea que durante un tiempo habían estado jugando a ignorar. ¿Qué debía hacer? ¿Por qué no podía enamorarse de otra persona? ¿Por qué tuvo que ser él? ¿Por qué no podía olvidarlo? Con tantas preguntas en mente era incapaz de finalizar la acción que había empezado.
Geto se inclinó hacia adelante de manera torpe, sus labios buscando los de Satoru, pero con tanta indecisión que al principio sus narices chocaron suavemente. El pelinegro soltó una risita nerviosa, y su rubor se intensificó, pero no se apartó. Estaba decidido, no daría un paso atrás. En cambio, cerró los ojos con fuerza, un intento desesperado de reunir valor. Esta vez, con más determinación logró que sus labios rozaran los de su guardia, apenas un toque, tímido y tembloroso.
El soldado sintió la inexperiencia en el beso, esa torpeza dulce que lo desarmó por completo. Era el beso de alguien que no sabía qué hacer, pero que lo deseaba con todo su ser. El peliblanco, más experto, deslizó su mano por la nuca del príncipe, guiándolo suavemente, y Geto siguió su ejemplo con más confianza, aún temblando un poco, pero sintiendo la calidez y la seguridad que la mano contraria le brindaba.
El beso se hizo más firme, más consciente. El príncipe se dejó llevar, explorando con torpes movimientos, como si temiera equivocarse pero también como si no pudiera resistirse. Era un beso lleno de dudas, de curiosidad y de anhelo contenido. El soldado sintió el temblor de los labios ajenos, la respiración acelerada contra su piel, y no pudo evitar sonreír contra su boca. Aquella inexperiencia lo hacía aún más irresistible...y a la vez más prohibido.
"Alteza...si tan solo supiera lo embelesado que me tiene cada uno de sus encantos."
Pensaba el guardia hasta que finalmente se separaron, apenas unos centímetros, y ambos respiraron con dificultad. Sus frentes se tocaron, y sus miradas se encontraron en esa breve distancia que aún los separaba. Ninguno habló al principio, atrapados en la magia del momento, pero las expresiones del pelinegro delataban esa dulzura de haber besado por primera vez. Permaneciendo juntos de esa forma, ambos con los ojos cerrados, el mundo de afuera parecía tan lejano y ajeno. No existían las preocupaciones, no existía nada más que ellos dos y el sonido de sus respiraciones que se chocaban.
— Su alteza...yo...
Gojo no sabía precisamente cómo empezar a disculparse, su voz cargada de culpa, pero sus brazos aún rodeaban al príncipe, como si no quisiera dejarlo ir. Nuevamente se había convertido en un manojo de contradicciones.
—No te atrevas... no te atrevas a disculparte.
Amenazó el príncipe al notar las intenciones en su voz. Ambos sentían el peso de la conciencia, sabían que estaban traspasando enormemente los límites de lo permitido, pero... ¿realmente podía ser tan malo si se sentía tan bien? Ninguno realmente podía pensar con claridad en ese instante; ni siquiera el guardia podía pensar con lógica, a pesar de sus esfuerzos. De todas formas, no podía objetar sobre las palabras del príncipe, y en secreto, se sintió aliviado. Esa barrera que tanto había intentado mantener se había roto, y en un impulso, rodeó con ternura la cintura de Geto, ofreciéndole un abrazo cálido, lleno de todo lo que no se atrevía a decir en voz alta. Se sorprendió, aunque gratamente, al sentir cómo Geto correspondía, rodeándolo también.
En el sonido de la tarde cayendo se fundieron sus confesiones de amor sin necesidad de exteriorizarlas, las acciones hablaron por si solas. Tan solo bastó otra mirada para que sus labios volvieran a buscarse, pues luego de haberse probado sentían con más fuerza su ausencia.
Había sido un error. Un gravísimo error. Pero en ese momento ninguno de los dos podía pensar en las consecuencias...esas grandes consecuencias que se avecinaban como una tormenta: de manera lenta pero inminente.
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Más allá de la lealtad | satosugu
FanfictionHace mucho tiempo, en un lugar cuyo nombre procuro olvidarme, existió el príncipe Geto Suguru cuya belleza se asemejaba a la de cualquier musa griega. Su vida era custodiada por los doce mejores soldados del reino. Entre ellos, destacaba Gojo Sator...