El sol estaba alto en el cielo, aunque comenzaba a descender lentamente, bañando el jardín con una luz dorada y cálida. En el jardín del castillo las sombras de los árboles se alargaban, y el aroma de las flores que lo llenaban en su totalidad perfumaban el aire. En una tarde tan apacible y bella un llanto desconsolado entristecía ese ambiente tan armonioso.
Gojo había estado buscando a Geto durante horas, recorriendo los pasillos del palacio con una mezcla de preocupación y urgencia. Nadie había visto al príncipe desde aquella discusión con el rey en la mañana, y su desaparición había dejado a todos en silencio, como si el eco de aquella confrontación aún resonara en las paredes del castillo.
Una ligera brisa le trajo un susurro desde el jardín y dirigió su atención hacia allí. No estaba seguro de cómo o cuándo escapó el príncipe, pero luego de esa charla entre Geto y su padre nadie, ni siquiera él, había sido capaz de localizarlo. Por un momento pensé que lo había perdido, de ser así su destino habría sido sin duda alguna la muerte. Sin embargo, sus pasos lo llevaron al rincón más apartado del jardín, donde las rosas crecían enredadas alrededor de una vieja fuente de piedra. Allí, en medio del follaje y las flores, lo encontré. Geto estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la base de la fuente, su cabello oscuro cayendo en desorden sobre su rostro. Sus piernas estaban dobladas y su cabeza apoyada en sus rodillas, mientras sollozaba silenciosamente, como si no quisiera que nadie escuchara su llanto.
Geto aún llevaba la misma ropa que en la mañana, por lo que el soldado afirmó que se había estado escondiendo allí desde entonces. Gojo, lejos de buscar reprenderlo, se entristeció muchísimo al observar la figura del príncipe tan frágil, tan rota. No había visto nunca tanta vulnerabilidad en él, nunca lo había visto llorar. Era como si el príncipe, siempre tan sereno y orgulloso, hubiera sido quebrado por algo demasiado doloroso para soportar.
Gojo, inseguro de cómo actuar ante esa situación, se limitó a acercarse con cautela pero sus botas pisando hojas secas lo delataron provocando que el príncipe detenga su llanto de golpe y lento, muy lento, elevara su cabeza. Parecía asustado, temeroso de ser castigado por su actuar, sus ojos aún estaban rojos y en su mejilla izquierda se revelaba una marca roja, clara evidencia de una violencia reciente.
—Su alteza...
El soldado se arrodilló a su lado, sin saber exactamente qué decir, pero sabiendo que no podía dejarlo solo en ese estado. Menos aún después de haber descubierto esa herida sobre el bello rostro del pelinegro.
— Por favor, déjeme... no quiero que nadie me vea así.
— No me iré, su alteza. No hasta que me diga la razón de su dolor.
Gojo sintió una oleada de rabia mezclada con impotencia tras ver la marca del maltrato. ¿Cómo había podido el rey hacerle eso a su propio hijo? A ese hijo que sobreprotegía por sobre los otros siete, a ese hijo que le había brindado las más hermosas salas y alcoba para que su estadía en el palacio fuera todo menos aburrida. Realmente no lo entendía.
— Mi padre...dijo que no soy más que un rostro bello. Que mi ineptitud y debilidad me impiden ser un guerrero digno en batalla y, en el caso que se me permitiera ir no sería más que una carga. Me atreví a contradecirlo, consumido por el cólera y...me golpeó.
Geto descubrió su rostro por completo, dejando a la vista por completo la huella del golpe en su mejilla. El soldado extendió su mano de manera lenta para no asustar al príncipe y con suma suavidad limpió apenas el rastro que las lágrimas habían dejado. Algo en su interior hacía sonar una alarma, como indicándole que estaba traspasando los límites de lo que tenía permitido al cumplir su papel de guardia real, pero al mismo tiempo su corazón le indicaba que estaba en lo correcto.
—El rey no debería haberle dicho esas cosas tan hirientes, su alteza; usted es mucho más valioso de lo que se imagina. No es solo su apariencia lo que destaca, aunque sería mentira no reconocer que es innegable. Pero lo que realmente lo hace especial no es lo que otros ven por fuera. Es su inteligencia, su dedicación, su empatía... Pocas personas en este reino tienen la capacidad de comprender a los demás como usted lo hace.
El príncipe había cesado su llanto, y ahora tenía la mirada fija en esos ojos tan azules y serenos, junto con la voz suave peor a la vez firme de Gojo, que pronto su ansiedad cesó. La mano del guardia permaneció en su mejilla proporcionándole pequeñas caricias con el pulgar en aquella zona donde sentía dolor. Intentaba atender lo que decía el soldado pero se descubrió por un instante perdido en su tacto tan amable, la suavidad de su mirada y como con la puesta de sol mezclándose con esos cabellos blancos Gojo parecía irradiar una luz especial. Una que despertaba la curiosidad del príncipe.
Sin embargo, Geto frunció levemente el ceño dudando de esas palabras.
—Soy...
Comenzó a decir, pero el soldado lo interrumpió, su tono ahora más insistente.
—Su intuición. Siempre es capaz de leer una situación, de notar lo que pasa a su alrededor, incluso cuando los demás están cegados por las apariencias. Y esa compasión que demuestra, esa bondad... no todos los príncipes la tienen. Usted escucha cuando los demás callan, y actúa cuando otros dudarían. Eso es lo que lo hace grande, lo que lo convierte en un líder natural, aunque a veces le cueste verlo.
Geto lo miró fijamente, sin saber qué decir. Las palabras del guardia resonaban en su corazón, y por un momento, sintió cómo una chispa de esperanza se encendía en su interior.
—Pero... el rey...
Empezó a decir, con la voz ligeramente quebrada.
—Él dice que nunca seré suficiente, que siempre estaré a la sombra de mis hermanos.
El guardia negó con la cabeza, acercándose aún más, hasta quedar casi a su lado.
—Su alteza, eso no es verdad. Su padre, el rey, tiene sus propias expectativas, pero eso no significa que usted deba cumplirlas al pie de la letra. Usted tiene un brillo propio, una fortaleza que va más allá de lo que otros pueden entender. No se trata de ser como sus hermanos, se trata de ser usted mismo.
Geto bajó la mirada, ciertamente apenado por su sinceridad, sintiendo el calor de las palabras de Gojo calando en su pecho. La mano del soldado se apoyó amablemente sobre su hombro, como si quisiera transmitirle toda la fuerza posible.
—El reino lo necesita, tal como es.
"Y yo también" quiso añadir, pero no se animó.
Gojo resonando en su mente, llenando los vacíos que las crueles palabras de su padre habían dejado. Se dejó caer hacia adelante, apoyando su frente en el hombro de Gojo, permitiéndose por primera vez en ese día sentir un poco de consuelo, un poco de paz.
—Gracias...
Gojo no se inmutó, de hecho le permitió descansar todo el tiempo que fuera necesario. Había escuchado como el príncipe ahora respiraba con tranquilidad, lo cual era una buena señal. Por su mente pasó la vaga idea de abrazarlo pero eso sería demasiado impropio de un soldado, no contaba con la autoridad suficiente como para traspasar aún más los límites con Geto. Debía mantenerse fiel a su rol, a su trabajo...pero durante esas semanas que convivió con el pelinegro descubrió que le tenía un aprecio ciertamente fraternal, por llamarlo de alguna forma. Así que, desafiando las normas y arriesgándose demasiado, acarició la larga y suave cabellera ajena en un intento de brindarle el confort necesario para calmar sus angustias.
Mientras la tarde caía y los últimos rayos de luz se despedían con un brillo peculiar, ambos compartían un momento de consuelo sintiendo muy en lo profundo que había algo más que los unía, algo que ninguno de los dos estaba listo para admitir. Aún.
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Más allá de la lealtad | satosugu
FanficHace mucho tiempo, en un lugar cuyo nombre procuro olvidarme, existió el príncipe Geto Suguru cuya belleza se asemejaba a la de cualquier musa griega. Su vida era custodiada por los doce mejores soldados del reino. Entre ellos, destacaba Gojo Sator...