La mañana se extendía sobre las tierras lejanas del país, permitiéndole al sol que ilumine poco a poco todo a su paso. La ciudad comenzaba a levantarse para iniciar el día como correspondía, pero no era lo mismo para el príncipe Geto. Él apenas se estaba por ir a dormir.
— Su alteza, ¿irá a descansar?
—Si, me siento cansado, no desaprovecharé la oportunidad.
El rostro tan bello del príncipe era opacado por unas notorias bolsas negras bajo sus ojos. Habían pasado tres semanas desde que el rey impuso toda esa custodia para él y, desde entonces, el joven no lograba pegar un ojo al caer la noche. Envidiaba a sus hermanos que podían salir a diestra y siniestra, cuando ellos quisieran, sin tener a once personas que lo vigilaban constantemente y menos un soldado que los siguiera hasta cuándo iba a dormir.
La habitación de Gojo estaba al lado de la suya, ni siquiera en sueños podía dejar de pensar en ese peliblanco de ojos tan azules como el mismísimo cielo.
Geto comenzó el camino de ascensión por la larga escalera que lo llevaría hasta su cuarto. A cada paso que daba podía sentir las pisadas ajenas, seguidas del ruido metálico de su armadura, que lo acompañaban. La situación iba a volverlo loco. El largo cabello del príncipe estaba atado en una perfecta trenza que, junto con sus rasgos tan finos y delicados, lo confundían fácilmente con una mujer. Si no tuviera la ropa que llevaba bien sabía que podría fingir ser una doncella, eso era lo que más le acomplejaba. Nunca llegaría a ser un fuerte guerrero y defender a su nación si era preciso, su cuerpo no tenía la fuerza suficiente, sus manos eran más delicadas que las de su madre y su salud también era delicada. Con lo único que contaba era con su extrema belleza, pero, ¿de qué le servía?
Agobiado por sus pensamientos llegó hasta su habitación. Abrió la puerta y se volteó para hablar directamente a su guardaespaldas.
— Quiero dormir solo. Tu presencia me quita el sueño.
El soldado de blancos cabellos hizo una reverencia en señal de disculpa y sin devolverle la mirada le respondió.
— Su alteza, no imagina cuánto desearía poder cumplir su deseo, pero juré ante el rey estar a su lado hasta el último de mis días. No sería capaz de faltar a tal juramento.
El príncipe suspiró, desconforme con la respuesta y le dio la espalda.
—Entonces no dormiré. Ni hoy, ni mañana, ni nunca. Esperaré la muerte de esta manera, despierto, así no me sorprenderá su llegada.
— Su alteza, por favor no hable de cosas tan terribles.
— Me es imposible conciliar el sueño contigo mirándome siempre.
Gojo comprendió que sería imposible convencer al príncipe, pues este no daba el brazo a torcer. Entonces se le ocurrió una idea que pensó que podría funcionar.
— En ese caso y dada la situación, le propongo lo siguiente: me quedaré detrás de la puerta. Podré observarlo por la rendija de vidrio y usted puede llamarme siempre que necesite algo.
Gesto, aún de espaldas, asintió. Eso era lo que quería escuchar.
— Es una idea razonable, Gojo. Accedo.
El príncipe entró finalmente al cuarto y cerró la puerta. El silencio lo acobijó de inmediato y dio un paso, luego dos, tres, cuatro; ya nadie lo seguía, estaba completamente solo allí y por primera vez en tres semanas se sentía tranquilo. No pudo disfrutar mucho de su armoniosa tranquilidad porque el sueño realmente se estaba apoderando de su ser, por lo que procedió a recostarse en su lecho y disponerse a dormir. Dormir...algo que le había resultado tan difícil ahora pudo lograrlo en segundos.
Del otro lado de la puerta el soldado observaba como el de cabellos negros yacía durmiendo pacíficamente. Aquello tranquilizó un poco sus ansiedades, debido a que no se sentía tranquilo estando un poco alejado del príncipe. Sin embargo, pasar toda la noche en vela por el palacio acompañando a Geto también lo había agotado y antes de que pudiera darse cuenta acabó dormido, sentado en el suelo y con la espalda contra la puerta del príncipe.
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Más allá de la lealtad | satosugu
FanficHace mucho tiempo, en un lugar cuyo nombre procuro olvidarme, existió el príncipe Geto Suguru cuya belleza se asemejaba a la de cualquier musa griega. Su vida era custodiada por los doce mejores soldados del reino. Entre ellos, destacaba Gojo Sator...