Amistad

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El tiempo transcurría, y la relación entre el príncipe y el soldado se fortalecía cada día más. Geto había encontrado a alguien en quien depositar su confianza, alguien con quien experimentar lo que era tener un verdadero "amigo" por primera vez.  Gojo, por su lado, vivía en una constante encrucijada: por un lado, sentía un afecto sincero por el príncipe, un cariño que intentaba ver como amistoso, fraternal, o al menos eso se forzaba a creer. Pero su lealtad a la corona le hacía dudar de cada paso que daba, temeroso de ser descubierto, no ya por su propia seguridad, sino por la del príncipe que tanto estimaba.

Las horas del día no eran suficientes para todas sus conversaciones y debates sobre temas diversos. Geto disfrutaba hablarle sobre libros interesantes, mientras Gojo le contaba historias de sus aventuras fuera del palacio, cuando aún no era parte de la guardia real. Eran momentos en los que ambos decidían abrir poco a poco su corazón y se permitían confiar el uno en el otro. Momentos en los que Geto dejaba de ser solo un príncipe con obligaciones y un futuro ya decidido. Momentos en los que Gojo podía relajarse, dejar de lado su alerta constante y olvidarse, al menos por un rato, de cuidar las espaldas de su protegido. Incluso, en los días de calor sofocante, se le permitía ahora quitarse parte de su armadura. Al menos cuando nadie cerca los estaba mirando.

La belleza del príncipe tan solo era uno de sus encantos, advirtió pronto el soldado. Geto no solo era capaz de leer y escribir con fluidez; podía narrar historias con una habilidad impresionante, tocar las melodías más dulces al piano, y bailar tanto danzas tradicionales como piezas lentas con una gracia innata. Tenía un vasto conocimiento de literatura, filosofía e historia, y aunque Gojo rara vez lograba comprender completamente los apasionados monólogos de Geto, escucharle nunca le resultaba molesto; al contrario, era un placer.

Además, había algo casi sobrenatural en la perfección de cada uno de los movimientos de Geto, salvo cuando intentaba blandir una espada. Entonces, esa perfección se desvanecía y él parecía más humano, más alcanzable.

—Satoru... ¿Crees en el amor?

Indagó el príncipe mientras peinaba su largo cabello negro. Ambos se encontraban junto a la fuente del jardín, disfrutando de aquella tranquila mañana.

La pregunta había tomado completamente por sorpresa al soldado, quien permaneció en silencio un momento, buscando una respuesta adecuada. 

— No lo sé, alteza. Nunca he tenido tiempo para pensar en eso.

Contestó con honestidad, robando sin querer una risa de Geto, quien rápidamente se cubrió la boca con una mano para que Gojo no pensara que se estaba burlando de él.

— Siempre tan honesto, Satoru. Yo sí creo... Es decir, aún no me he enamorado, pero he leído mucho sobre ello, y creo que si tantas personas escribieron cosas tan bonitas no debe ser algo tan malo. 

El soldado le dio la razón, como siempre, pero al parecer su alteza se molestó y por ello le dio la espalda. Gojo no podía comprender la razón de aquello.

— Con esa actitud, jamás te casarás Satoru.

Reprendió el príncipe en un tono autoritario fingido, por más que estuviera bromeando había sido un golpe bajo para Gojo. Por primera vez tuvo el impulso de empujar al príncipe al agua y mojarlo por completo, pero si llegaba a hacerlo lo más probable era que marcara el fin de su corta vida. No quería ser recordado en el futuro por esa muerte tan patética. Respiró hondo, forzó una sonrisa y respondió.

— ¿Eso cree, su alteza? Entonces supongo que usted tiene la actitud adecuada para el casamiento, ¿cuándo será su boda?

El tono de voz era amable, pero había cierto recelo en su voz. Bien era sabido que en unos pocos años el príncipe llegaría a la edad adecuada para el matrimonio, pero debido a su condición de completa reclusión y aquel rostro tan divino como afeminado, no había dama que se ofreciera para candidata. Nadie estaba a la altura de su belleza, o al menos eso decía el rey, demostrando una vez más su excesivo favoritismo con "la joya negra" de su linaje.

Más allá de la lealtad | satosuguDonde viven las historias. Descúbrelo ahora