Pasó una semana desde esa pelea entre el príncipe y el rey. Sin embargo, Geto nunca aceptó las palabras de su padre y para demostrar que él también podía ser tan fuerte como sus hermanos pensó en convencer a su guardia más cercano, Gojo, para que le diera lecciones de espada.
El príncipe era consciente que, entre los doce soldados que lo custodiaban a encargo del rey, el más fuerte de ellos era Gojo Satoru. Pero este no aceptó tan fácilmente la propuesta del bello heredero. Gojo dudó, consideraba que el entrenamiento podría ser peligroso y, sin olvidarse nunca de su juramento, no creía que de esa manera estuviera protegiendo correctamente al príncipe. De hecho, hasta intentó convencer al pelinegro de que no necesitaba someterse a esa situación y de que siempre estaría a su lado tanto él, como los demás soldados, para garantizar su seguridad...pero Geto no daba el brazo a torcer.
— Su alteza...por favor, considere lo que le estoy diciendo, la espada es un arma muy peligrosa...
Su voz era baja, pero firme. Ante ello Geto suspiró, visiblemente molesto. No estaba acostumbrado a que lo contradijeran. Se dio la vuelta con un suspiro exasperado, caminando por los largos pasillos del castillo, mientras Gojo lo seguía a un paso lento.
—Gojo.
Lo llamó de repente, deteniéndose.
— ¿Si, su alteza?
— No te pedí tu opinión. Te di una orden.
Habló el príncipe con un tono severo, volteándose tras decir aquello y fijando su mirada en los ojos atentos del guardia.
— ¿Te atreves a desobedecer una orden del príncipe?
Añadió antes de escuchar alguna respuesta, cruzándose de brazos.
— No me atrevería... jamás sería capaz de...
— Entonces, ¿cuándo empezamos a entrenar? ¿O acaso debería buscar a otro instructor que sí esté dispuesto a obedecer?
El soldado sintió un golpe de ansiedad en el pecho. No podía desobedecer las órdenes del rey, pero tampoco quería desobedecer al príncipe. Y mucho menos podía soportar la idea de que otra persona se encargara de entrenarlo. ¿Cómo podría asegurarse de que esa persona no lo lastimaría? ¿De que realmente lo protegería? Esos pensamientos fueron más fuertes que todo juramento anterior, acabando por ceder a los deseos del príncipe.
— Comenzaremos esta noche misma, pero será en secreto, en la zona del jardín donde los árboles obstaculizan la vista desde el castillo
De esta forma fue que al anochecer ambos partieron con suma discreción hasta esa zona del jardín real. Gojo había llevado un candelabro para iluminar el camino y a la vez para facilitarle la visión al príncipe que, como había anticipado, no sería muy buena en la oscuridad.
Estando en el sitio que el guardia, ahora instructor, consideró más ideal la clase comenzó. No era sorpresa que el príncipe fuera extremadamente torpe, pues nunca antes había tenido instrucción alguna en el porte siquiera del arma. La espada le pesaba en la mano, dificultándole incluso dar un paso con soltura. Intentaba imitar la postura de Gojo, pero sus movimientos carecían de la gracia y precisión necesarias. Gojo veía todo aquello pero se limitaba a mantener una distancia profesional, al menos durante los primeros quince minutos. Sin embargo, pronto decidió intervenir para corregir la postura del príncipe, cuyos movimientos erráticos no sólo eran incorrectos, sino que también podrían terminar en una lesión, algo que Gojo no estaba dispuesto a permitir.
— Su alteza, permítame.
Gojo se colocó detrás de Geto para mostrarle como sostener correctamente la espada. Sus manos rozaron la del príncipe y esa cercanía inesperada provocó un gran momento de silencio entre ambos. Geto se tensó, apretando con más fuerza la empuñadura, producto del mismo nerviosismo. Gojo lo notó de inmediato, aunque fingió no haberlo hecho, manteniendo la compostura que su papel requería.
— Debe levantar más sus hombros, alteza. Y no estirar tanto los brazos.
Susurró, casi al oído del príncipe. Geto trató de seguir las instrucciones, pero su mente estaba en otro lugar, cada vez más dispersa por el acelerado latido de su corazón. Gojo se acercó un poco más, empujando suavemente el abdomen de Geto hacia atrás con un toque firme, pero delicado.
— Su postura... debe ser más recta.
Añadió el soldado en un murmullo, que apenas lograba romper la tensión creciente. Entonces Geto sintió un leve temblor recorrer su cuerpo al sentir el toque ajeno sobre su piel. El soldado estaba peligrosamente cerca, y concentrarse en el entrenamiento se volvía cada vez más difícil. Cada detalle lo absorbía: el calor de la respiración de Gojo en su cuello, el leve roce de su pecho contra su espalda. La distancia entre ambos parecía desaparecer, y por un breve momento Geto logró mantener la postura correcta. Sin embargo, al sincronizarse sus respiraciones, agitadas y profundas, ambos se apartaron de golpe. Se sentían alterados por la intensidad de aquel contacto, uno que estaba prohibido, especialmente siendo ambos hombres. Pero, lejos de rechazarlo, ambos descubrieron que ese roce les provocaba una atracción desconocida e irresistible.
Geto avanzó un paso hacia adelante, intentando despejar su mente, mientras Gojo retrocedía, dejando un espacio entre ellos cargado de una tensión palpable. El príncipe, que rara vez se dejaba dominar por sus emociones, sintió que las palabras le temblaban en los labios.
— Satoru... yo...
Comenzó, pero su voz se apagó rápidamente. No era capaz de formular lo que sentía, porque apenas lo entendía él mismo. La situación lo sobrepasaba. ¿A qué se debía toda esa confusión? Era difícil de explicar, lo único certero era que ese toque entre ambos despertó emociones nuevas en él.
— Es suficiente por hoy...
Murmuró Gojo con la voz algo quebrada, intentando recuperar la formalidad.
—Ha oscurecido demasiado, su alteza. Deberíamos volver al castillo antes de que noten su ausencia.
Sugirió el soldado, recibiendo solo un asentimiento de cabeza por parte del príncipe como respuesta. Geto asintió, pero su mente era un torbellino. Aún sentía el calor de las manos de Gojo sobre las suyas, el cosquilleo en su piel allí donde el guardia había tocado.
— Bien, mañana continuaremos.
Sugirió el príncipe con un tono más firme del que pretendía, como intentando convencerse a sí mismo de que nada extraño había ocurrido y para nada se había alterado. "Seguramente es el cansancio" se repetía mientras regresaba al palacio, pero sin atreverse a mirar a Gojo.
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Más allá de la lealtad | satosugu
Hayran KurguHace mucho tiempo, en un lugar cuyo nombre procuro olvidarme, existió el príncipe Geto Suguru cuya belleza se asemejaba a la de cualquier musa griega. Su vida era custodiada por los doce mejores soldados del reino. Entre ellos, destacaba Gojo Sator...