Capítulo 1

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Miro el reloj por quinta vez en diez minutos. Son las siete de la mañana y la cafetería "Sweet Beans" esta más concurrida de lo habitual para un lunes. A pesar del bullicio, me hace sentir a gusto; me gusta la energía de las mañanas. Hay algo en el sonido de las tazas de café chocando y el murmullo constante de las conversaciones que me reconforta.

—¿Olivia? —escucho a Eli de lejos, mi mejor amiga y compañera de trabajo, desde el mostrador—. Tenemos un pedido grande de la mesa siete. ¿Puedes llevarlo tú?

—¡Claro! —me levanto suspirando de la barra donde estaba apoyada y al girarme dedico una sonrisa hacia los clientes.

Eli siempre estaba de buen humor, lo cual hacía que trabajar con ella fuera mucho más fácil. Agarro la bandeja cargada de cafés y pasteles recién horneados y me dirijo hacia la mesa indicada. Al acercarme, noto que es Carter, el novio de Eli, estaba allí con unos amigos. Se le ve despreocupado, como siempre, con esa sonrisa encantadora que había conquistado a Eli.

—Aquí tienes, Carter. Un latte de vainilla y los famosos croissants de almendra que tanto te gustan —digo colocando los platos en la mesa.

—¡Gracias, Liv! Eres un encanto —asoma una sonrisa amigable—. Oye, ¿Qué tal fue tu fin de semana?

—Bastante tranquilo, estuve limpiando mi casa y disfrutando de una noche de películas con Eli —organizaba de mientras las tazas para que no se cayeran—. ¿Y tú?

—Fui al rio con unos amigos. Fue genial.

Asiento con una sonrisa y me doy la vuelta para volver al mostrador. A medida que camino por la cafetería, escucho a Eli riéndose con uno de los clientes habituales. Eli siempre había tenido un don para hacer que todos se sintieran como en casa.

Justo cuando pensaba que el ritmo del día podría estabilizarse, la puerta de la cafetería se abre bruscamente, dejando entrar una ráfaga de aire frío. En la puerta aparece la sombra de un hombre alto, con traje impecable y una expresión seria en su rostro. Lo reconocí de inmediato. Adrian Whitmore, uno de los empresarios más jóvenes y prometedores de la ciudad, y cliente ocasional de la cafetería.

Adrian se acerca al mostrador con paso decidido, sin quitarse las gafas de sol.

—Un espresso doble, sin azúcar, para llevar. Y rápido, tengo que irme y no puedo estar más de minutos aquí —dijo con voz cortante, inspeccionando el lugar como si le diera asco, sin apenas mirarme.

Levanté una ceja. No era la primera vez que lidiaba con clientes difíciles, pero algo en la actitud de Adrian siempre lograba irritarme.

—Buenos días, señor Whitmore —respondí con una sonrisa educada, aunque un poco forzada—. Enseguida le preparo su espresso.

Adrian no respondió, solo se quedó mirando su teléfono mientras esperaba. Sentí un destello de molestia, pero decidí ignorarlo. Tenía que ser profesional, aunque el fuera un arrogante. No iba a dejar que me arruinara el día.

Preparé el espresso con cuidado, asegurandome de que fuera perfecto, y lo coloqué en el mostrador.

—Aquí tiene, su espresso doble, sin azúcar —dije, tratando de sonar lo más agradable posible.

Adrian finalmente levantó la vista y me miró, como si me estuviera evaluando. Ese repaso con los ojos no me hizo ni gracia. Tomó el vaso y lo miro detenidamente, como si esperara encontrar algo mal. Menos mal que tenia prisa...

—Adiós—murmuró con indiferencia antes de girarse para irse.

Hasta que no cerró la puerta de la cafetería, seguí sintiéndome extrañamente aliviada de que se hubiera marchado tan rápido. Siempre que él aparecía, la tensión en la cafetería parecía aumentar.

De odio y lujoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora