Capítulo 1: El Encuentro en la Biblioteca

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El sonido de mis pasos resonaba suavemente en los pasillos de la biblioteca, un lugar que siempre había considerado un refugio del bullicio del mundo exterior. Las estanterías, con su olor a madera vieja y papel envejecido, me envolvían como un manto de calma. Esa tarde, buscaba un libro específico en la sección de literatura erótica, un placer culposo que rara vez me permitía. No esperaba encontrar a nadie allí, pero al girar en un pasillo estrecho, lo vi.

Era un joven, tal vez de veintipocos años, con el cabello oscuro desordenado y una expresión concentrada mientras pasaba los dedos por las cubiertas de los libros. Algo en su presencia me llamó la atención, como si el destino nos hubiera reunido en ese lugar. Sentí una extraña atracción, una curiosidad que no podía ignorar.

Me acerqué lentamente, fingiendo buscar un libro cerca de él. Cuando nuestras miradas se cruzaron, vi un destello de reconocimiento en sus ojos, como si también él sintiera esa conexión inexplicable. Sin decir una palabra, seguimos explorando los libros, cada uno de nosotros consciente de la presencia del otro.

Finalmente, fue él quien rompió el silencio. "¿Buscas algo en particular?" preguntó, con una voz profunda que me hizo estremecer. Me tomó un segundo responder, atrapado en la intensidad de su mirada.

"Sí," dije, tratando de sonar casual, "algo diferente a lo habitual."

Sonrió, y su sonrisa tenía algo de pícaro, algo que me hizo sentir vulnerable y al mismo tiempo, excitado. "Este es un buen lugar para eso," respondió, señalando los libros a nuestro alrededor. "Aquí hay mucho de lo que no se habla en voz alta."

Su comentario me hizo sonrojar, pero también despertó en mí un deseo que había estado dormido durante mucho tiempo. Algo en su tono, en la forma en que sus ojos recorrieron mi rostro, me hizo sentir expuesto, como si pudiera ver a través de mi fachada cuidadosamente construida.

Nos quedamos en silencio durante unos minutos más, pero la tensión entre nosotros era palpable, cargada de una promesa no dicha. De repente, el joven se giró hacia mí, acercándose lo suficiente como para que nuestras respiraciones se mezclaran.

"¿Te gustaría leer conmigo?" susurró, sus labios tan cerca de los míos que podía sentir su calor. No pude responder, las palabras se me escaparon. Asentí lentamente, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho.

Sin esperar más, él tomó un libro de la estantería y lo abrió, mostrando una página donde las palabras parecían cobrar vida. Nos sentamos en una esquina apartada de la biblioteca, tan cerca el uno del otro que nuestras piernas se rozaban. Empezó a leer en voz baja, su voz envolviéndome, cada palabra un susurro de tentación.

Mientras leía, su mano encontró la mía, y el contacto me envió una oleada de deseo que no pude controlar. Sentí cómo me miraba de reojo, evaluando mi reacción. Lentamente, sus dedos comenzaron a deslizarse por mi brazo, y cada caricia era un recordatorio de lo que estaba a punto de suceder.

Dejé que el libro se deslizara de mis manos, incapaz de concentrarme en nada más que en la proximidad de su cuerpo. Él lo notó, y sonrió antes de inclinarse hacia mí, sus labios rozando los míos en un beso que fue suave al principio, pero que rápidamente se volvió más apasionado.

El tiempo pareció detenerse mientras nuestras manos exploraban el cuerpo del otro, nuestros susurros se mezclaban con el silencio de la biblioteca. No importaba que estuviéramos en un lugar público; en ese momento, solo existíamos él y yo, consumidos por un deseo que nos había atrapado desde el primer momento.

La intensidad de nuestros besos aumentó, y pronto nos encontramos perdiendo el control. Sentí cómo su mano bajaba por mi espalda, deslizando lentamente mi camisa hacia arriba. Mi piel ardía bajo su toque, y cada caricia me acercaba más al límite de la cordura.

Nos olvidamos del lugar en el que estábamos, del hecho de que cualquiera podría encontrarnos. Solo importaba el calor de su cuerpo contra el mío, el sabor de sus labios, la manera en que sus dedos parecían conocer cada rincón de mi piel. Cuando finalmente nos rendimos al deseo, fue como si el mundo se desvaneciera a nuestro alrededor, dejando solo la intensidad de ese momento.

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