El tren nocturno que me llevaba a casa estaba casi vacío. Después de un largo día en el trabajo, todo lo que quería era relajarme y disfrutar del viaje. Me senté junto a la ventana, mirando las luces de la ciudad pasar rápidamente. Sin embargo, mi tranquilidad se vio interrumpida cuando un hombre entró en el vagón y se sentó frente a mí.
Había algo en él que me llamó la atención de inmediato. Quizás era la forma en que me miraba, o tal vez la confianza en su postura. No pude evitar mirarlo de reojo, sintiendo un hormigueo en mi piel cada vez que nuestras miradas se cruzaban.
El tren avanzaba, y la tensión entre nosotros crecía. Ninguno de los dos decía nada, pero sabíamos lo que el otro estaba pensando. Fue él quien finalmente rompió el silencio, acercándose para susurrar algo que me hizo estremecer. Sus palabras eran una mezcla de invitación y desafío, y antes de darme cuenta, me estaba guiando hacia el baño del tren.
El espacio reducido y la velocidad del tren aumentaban la adrenalina. Nuestros cuerpos chocaron con fuerza, y lo que empezó como un beso se convirtió rápidamente en una explosión de deseo. Las manos se deslizaron por la ropa, buscando la piel caliente debajo. Cada movimiento era urgente, como si el tiempo se nos escapara. El peligro de ser descubiertos solo hacía que el encuentro fuera aún más excitante.
Cuando finalmente nos separamos, ambos estábamos jadeando, nuestras ropas desordenadas y nuestros cuerpos aún vibrando de placer. Volvimos a nuestros asientos, y aunque no dijimos una palabra más, el recuerdo de lo que habíamos compartido me acompañó durante todo el viaje.