Ser profesor en una universidad prestigiosa me había enseñado a mantener una distancia profesional con mis alumnos. Sin embargo, todo cambió cuando conocí a Andrés, un estudiante brillante con una curiosidad insaciable y una mirada que me desarmaba.
Al principio, nuestra relación fue estrictamente académica. Pero con el tiempo, las conversaciones en mi oficina se hicieron más personales, más íntimas. Empecé a notar cómo sus ojos se detenían en los míos por un poco más de tiempo, cómo sus manos se rozaban accidentalmente con las mías.
Una tarde, después de una discusión particularmente apasionada sobre literatura, el ambiente en la habitación cambió. La tensión entre nosotros se hizo palpable, y antes de darme cuenta, estaba inclinado sobre mi escritorio, besando a Andrés con una intensidad que no había sentido en años.
La prohibición de la relación, el hecho de que estaba rompiendo todas las reglas, solo aumentó la excitación. Nuestros cuerpos se encontraron en un frenesí de deseo, el pequeño espacio de mi oficina convirtiéndose en el escenario de un encuentro apasionado que desató todo lo que habíamos reprimido.
Cuando finalmente nos separamos, ambos sabíamos que habíamos cruzado una línea. Pero en ese momento, nada importaba más que el placer que habíamos compartido.
