La pequeña sala de conciertos estaba casi vacía cuando entré. Había oído hablar de un pianista que tocaba allí, alguien que ponía el alma en cada nota. Al entrar, la música me envolvió de inmediato. Allí, en el escenario, estaba él, con los ojos cerrados y las manos moviéndose con gracia sobre las teclas. Había algo en su forma de tocar que me atrapó al instante.
Me senté en la parte trasera, observando cómo sus dedos danzaban sobre el piano. La música que salía del instrumento parecía conectarse directamente con mi alma, despertando en mí un deseo que no había sentido en mucho tiempo. Cuando terminó la pieza, nuestros ojos se encontraron, y supe que había sentido lo mismo.
Después del concierto, nos encontramos en el bar adjunto al teatro. La conversación fluyó fácilmente, pero había algo más en el aire, una tensión subyacente que no podíamos ignorar. No pasó mucho tiempo antes de que me invitara a su camerino.
El pequeño espacio estaba lleno de instrumentos y partituras, pero lo único que importaba en ese momento éramos nosotros. Sus manos, que antes tocaban el piano con tanta delicadeza, ahora recorrían mi cuerpo con la misma pasión. Cada beso, cada caricia, era una nota en una sinfonía de deseo que culminó en una explosión de placer.
El camerino, con sus paredes llenas de música, se convirtió en el escenario de una pasión desenfrenada que nos dejó a ambos exhaustos y satisfechos. Sabía que nunca volvería a escuchar música de la misma manera después de esa noche.