Se debatía el sí debía escribir una carta, no solo como un saludo cordial a quien seria su futura esposa, sino, también un intento desesperado de compartir sus mas sinceras disculpas. Era bien sabido que fue castigado con la enfermedad de la lepra p...
La fiesta de compromiso era digna de admirar desbordaba lujo, celebración y elegancia, Melek quien esta vez llevaba un vestido pegado a su pequeña, delgada y fina figura, se encontraba sentada a un costado de su esposo, mirando a sus invitados disfrutar de la maravillosa velada. Aunque su mente estaba distraída divagando en el papel y el deber que debería asumir una vez que esta terminara.
Baldwin quien trataba de ocultar su nerviosismo y timidez, se levanto con gracia e impotencia y se dirigió hacia Tiberias. La música cambio de manera abrupta y la sorpresa en los rostros de todos los demás no se hizo esperar, pues aquella melodía no solía usarse en matrimonios cristianos, si no en aquellos musulmanes.
-Melek- dijo el rey con una voz que removió cosas inimaginables en Melek, un tono ligeramente melódico y para sus oídos, agradablemente seductor- me honraría mucho si aceptaras compartir nuestro primer baile como esposos.
Melek, aun un poco dislocada, asintió con una sonrisa que no había notado que yacía en su cara, se levanto con calma y colocó su mano sobre la de el, sin dejar de mirarla. La sultana y el rey se mecían con una sincronía inesperada, durante ese momento en el centro del salón, estaban sumidos en una burbuja de intimidad que parecía ajena a los demás.
Mientras se movían al ritmo de la suave melodía, el rey jamas aparto la mirada de ella, su belleza acentuada por aquel vestido de seda blanco y flores rosas, lo dislocaba de una forma extraña, cada gesto y movimiento que ella hacia, se grababa en su mente con intensidad inesperada.
La sultana se sentía extrañamente tranquila, la forma en que la miraba y la forma en que la tocaba le atraía, en el delicado vaivén del baile, encontró un espacio donde sus preocupaciones se desvanecían.
A medida que el baile continuaba, el rey, en un impulso casi instintivo, acercó su frente a la de la sultana. Sin darse cuenta, los dos se sumergieron en un silencio profundo, donde solo el latido de sus corazones y el suave susurro de la música parecían existir.
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No había palabras necesarias, solo una comprensión y un sentimiento compartido de esperanza, era como si en ese instante se hubieran olvidado de la realidad de la fiesta, de los roles que debían desempeñar y de las complicaciones de su unión forzada.
