𝐴𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜

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La peligra de tez pálida y ojos grandes brillantes, se levanto con energía es mañana para dar un paseo por el pueblo. La sultana era conocida principalmente por su bondad y destreza, pero principalmente por su belleza y aquella habilidad excepcional de manejar las espadas.

La mayoría de las veces le gustaba visitar la escuela de los huérfanos, donaba demasiados libros y en ocaciones se quedaba a leerles un poco, su interés por su bienestar se refleja en las mejoras continuas que hay en las instalaciones y en la provisión de recursos educativos que a Melek le gustaba ofrecer, también le gustaba organiza eventos especiales y celebraciones para brindarles momentos de alegría, tanto a los niños como a los adultos que se encargan de llevar a sus hogares el pan de cada día.

La gente sola decir que de haber sido la primogénita, habría gobernado con justicia, compasión, pero sobre todo amor.



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Mientras el sol se ocultaba, tiñendo el cielo de tonos fríos, Melek regresaba de su paseo por la ciudad cuando notó de inmediato al primogénito del sultán, Khalid. Su hermano mayor la miraba con nerviosismo, y ella podía percibir la tensión en su cuerpo a kilómetros de distancia. "El sultán desea verte, Melek", dijo él, sin darle tiempo a responder antes de girar sobre sus talones y comenzar a caminar.

Al entrar en la habitación, Melek sintió la tensión en el aire, lo que solo aumentó sus nervios y la hizo reflexionar sobre posibles razones para esa reunión.

"¿Qué ocurre, mi sultán?" preguntó Melek con un tono casi inaudible, ya que el nerviosismo comenzaba a dominarla. El sultán y su hijo mayor compartieron una mirada silenciosa, como sí intentaran encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, el sultán fue quien habló.

"Melek, hemos llegado a un acuerdo con el rey de Jerusalén. La decisión fue propuesta por tu madre y por mí, y el rey ha aceptado mediante una carta que fue recibida hace una hora". Melek apretó los labios, sintiendo cómo el nerviosismo la invadía aún más. "¿A qué decisión se refiere, mi sultán?"

"Melek, quiero que sepas que no tienes opción de negarte. Desde este momento, el futuro de este imperio recae sobre ti, mi pequeña yildiz. Hemos comprometido tu mano en matrimonio con el rey de Jerusalén. Este matrimonio, no solo nos beneficiará por la unión de fuerzas, sino también por la expansión de nuestro imperio..."

Melek dejó de prestar atención después de escuchar "hemos comprometido tu mano al rey de Jerusalén". Su mente trataba de procesar esas palabras que marcarían su futuro para siempre. No podía creer lo que estaba escuchando.

Ella, una sultana que desde niña había declarado a su padre que no quería ser una damisela destinada solo a servir a un hombre, y que su padre, sin poder darle una respuesta negativa, se había encargado de proporcionarle la misma educación y entrenamiento que a sus hermanos, ella quien se había dedicado con fervor a perfeccionar sus habilidades en el arte de la espada, compartiendo grandes desafíos con sus hermanos durante sus entrenamientos, momentos que no solo fortalecieron su destreza, sino también su espíritu independiente y su deseo de forjar su propio camino.

La idea de ser casada según el destino que le habían trazado contrastaba profundamente con la visión de sí misma que había cultivado durante años. La Sultana había soñado con la libertad de decidir su futuro, de luchar por sus propias metas y de ser reconocida por sus logros y habilidades. El pensamiento de ceder a una tradición que parecía arrebatarle esa autonomía le resultaba profundamente desalentador.

La joven sultana no pudo evitar sentir una mezcla de traición y confusión, emociones que la hicieron sentirse asqueada. "¿El rey de Jerusalén?" pensó para sí misma, su mente aún luchando con la incredulidad. "¿El leproso?" escupió con asco, miró a su padre con furia. "¿Es una broma, no es así, mi sultán?"

"No lo es, Melek, y te pido que muestres respeto por tu futuro esposo y te pido que madures como la Reina de Jerusalén que estás destinada a ser. Ve a tu habitación y descansa, mañana viajaran Khalid y tu a Jerusalén para comenzar los preparativos de tu boda con el rey", dijo el sultán con firmeza.

"¿Por qué me haces esto? ¿Esperas que me contagie? ¿Qué me case con un hombre al que nunca he visto, que hasta hace poco era tu enemigo? ¿Cómo crees que me tratará sabiendo que soy tu hija? ¿Por qué no me preguntaste antes, padre?" mencionó Melek, mientras su voz temblaba y sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

"El rey ya no es contagioso, Melek" mencionó el sultán intentando calmar su preocupación "Y su enfermedad ya no ha avanzado, según los médicos es un milagro, si no confiara en él, no te habríamos comprometido, pero quiero que recuerdes algo, hija mía, sabías que este día llegaría tarde o temprano, es tu deber como sultana aceptarlo no solo para tu propio beneficio, sino también para el de tu pueblo."






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 El primogénito del sultán Khalid

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El primogénito del sultán Khalid.

The cold breeze - Baldwin IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora