- Mami, ¿por qué estás triste?
Dos días habían pasado de la decisión que Felix tomó, dos días caóticos en los que se preparó mentalmente para un viaje en tren con un cachorro que fue un santo y no hizo más que hablar con los demás pasajeros amablemente.
Como había supuesto y esperado, todo era un aventura para su hijo y realmente no se había enterado de lo que estaba pasando realmente. No había preguntado por su tía, ni su abuela, ni por qué habían abandonado su hogar, Ni-ki solo tomaba su mano y sonreía, siguiendo a mamá a dónde sea.
Había amado la playa desde el momento en que llegaron en la estación de tren y una pareja de gaviotas sobrevoló cerca suyo, decía que era mágico y que quería ver el mar, porque allí vivía Ariel la sirenita.
Antes de enviarse a lo desconocido, Felix había hecho una búsqueda de casas en su destino, ya sea alquiler o compra, no le importaba, él solo quería conseguir un espacio para ellos. Sintió un hueco en el estómago cuando una familiar cabaña apareció en venta a un bajo precio.
¿Era conveniente o demasiado extraño que la casa dónde una vez huyó ahora sea suya?
Pero ahí estaba, pequeña y acogedora como la recordaba, solo que con un aire más solitario. Las plantas que un día regó se habían marchitado un poco, las ventanas que abrió para ventilar aquella vez se encontraban cerradas y empolvadas, hacía mucho tiempo que las dos adorables personitas habían dejado su hogar y nadie había venido a cuidarlo como merecían.
El vendedor, su hijo, parecía querer sacarse de encima el lugar, Felix presentó todo lo necesario para comprar la propiedad pero al hombre sólo le interesó el pago. Para el mediodía, la casa era suya.
Así que Felix había llorado, de impotencia tal vez, felicidad también por su suerte, tristeza por los difuntos ancianitos y por su suerte también.
Ni-ki había correteado por todo el lugar, observando y maravillándose con lo nuevo, pero ahora estaba listo para su siesta y quería que su mami deje de llorar.
- Amor, ¿recuerdas que hablamos de los sentimientos? - preguntó, sentándose en uno de los sillones tapados por una sábana, ya tendría tiempo de limpiar y poner todo en orden.
Como un adulto que de niño había sido criado para esconder lo que sentía al exterior, quería que su niño se convierta en un adulto que sepa que sus sentimientos importaban y eran válidos sin importar que.
- Sí mami, ¿de qué color te sientes hoy? - su cabecita cayó en su hombro, sus brazos rodeando su cuerpo en un abrazo.
Para hacerlo más fácil de comprender, habían designado un color a cada emoción, amarillo era alegría, rojo era enojo, naranja era molestia, azul era tristeza y lila era cansancio.
- En este momento, siento un arcoiris, Ni-ki, mamá está sintiendo muchas cosas y lloro para liberar un poquito, pero tú no tienes que preocuparte - aseguró, comenzando a mecerlo en su abrazo.
Sabía que estaba cansado y estresado por el viaje, él también lo estaba, pero su siesta era más importante y Ni-ki comenzaba a parpadear con pesadez.
- ¿Quieres hablar de eso, mami? Yo soy toodoo oídos - Felix sonrió al oírlo, Ni-ki copiaba lo que él le decía y era tan tierno.
Lo acercó más a su pecho y besó su frente, olisqueando sus cabellos mientras Ni-ki se acomodaba contra su pecho. Habían hecho el destete al año y cinco meses, había sido difícil pero necesario, aún así el cachorro seguía aprovechando cada oportunidad para pegarse allí, entre su fuente de olor y su pecho.
- No amor, pero gracias igual, te haré saber si quiero hablar. ¿Tú cómo te sientes? Cuéntame.
No lo interrumpió ni ignoró en todo su relato, Ni-ki aseguraba que no estaba más que emocionado y feliz, que había estado confundido pero que le gustaba dónde estaban. Se durmió serenamente en medio de un balbuceo y Felix se dirigió a alguna de las habitaciones, intentando evitar la del fondo porque se sentía extraño dejar a su hijo dormir allí, o sea... el pequeño había sido concebido allí.
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beach boys | hyunlix
RomanceFelix sabía solo dos cosas del papá de su bebé: que se llamaba Hyunjin y que era el alfa más caliente que un omega soltero de 21 años podría haberse cruzado en una noche de verano. O dónde el omega de 24 años y su cachorro comienzan de cero en un n...