El bullicio del pasillo estaba en su punto máximo cuando Tory Nichols se encontró con Robby Keene cerca de la entrada del gimnasio. La hora del almuerzo había comenzado y los estudiantes se movían en grupos, charlando animadamente. Tory, con su postura erguida y una expresión decidida, sabía que este era el momento de confrontar a Robby sobre su reciente propuesta.Robby, que había estado esperando con una mezcla de nervios y expectativa, la recibió con una sonrisa amistosa. —Hola, Tory.
Tory lo miró fijamente, sin dejar escapar ninguna emoción. Su mente estaba ocupada con pensamientos que contrastaban con su exterior sereno.
Así que ahora soy parte de tu juego, Robby. He escuchado todo sobre ti: cómo sales con cualquier chica que se cruce en tu camino, cómo todos te ven como un Don Juan, un verdadero perro desesperado. Mis amigas no han parado de hablar de ti desde nuestra charla, y me han dado una imagen muy clara de lo que realmente eres.
No soy tan estúpida como para no darme cuenta de cómo funciona esto. Si vamos a hacer esto, será un juego para ambos. Tu amor, tus besos, tus abrazos, tus palabras bonitas, todo eso no será más que un espectáculo para mí. Y yo no te amo. Ninguno de los dos saldrá lastimado de esto. Ambos tendremos lo que queremos: tú jugarás conmigo y yo me llevaré la fama de ser tu novia. Es un trato sencillo y directo.
Mientras Tory pensaba en todo esto, su rostro seguía mostrando una expresión neutra, sin revelar sus pensamientos internos. Finalmente, salió de sus pensamientos y dirigió su mirada a Robby, con la determinación de que este juego era exactamente lo que ella había planeado.
—Entonces, ¿qué dices? —preguntó Robby, esperando una respuesta.
Tory asintió, su tono de voz firme y sin emociones. —Me encantaría ser tu novia, Robby.
Robby sonrió, claramente satisfecho con la respuesta. —Que bueno saberlo hermosa.