Al fin es la hora de salida, ese momento que todos ansiamos en medio de la rutina escolar, el respiro que nos recuerda que hay vida más allá de estos pasillos. Miro alrededor, buscando, y ahí estás. Tus ojos azules se encuentran con los míos, y algo dentro de mí, algo profundo, se enciende como una chispa. No puedo evitarlo. Mi corazón se acelera, mis manos empiezan a sudar mientras me acerco a ti. Pero esta vez noto algo diferente en tu rostro... esas ojeras oscuras bajo tus ojos, como sombras de una noche sin descanso.La preocupación me invade. Trato de mantenerme tranquila, de no mostrarte lo mucho que me afecta verte así.
—¿Qué pasó? —pregunto, intentando sonar despreocupada—. No has dormido bien. ¿Hay algo que te moleste?
Tus labios tiemblan un poco antes de responder, y veo cómo tus ojos se humedecen, reflejando una tristeza que me corta como un cuchillo.
—S-Solo... —murmuras, con la voz apenas un susurro.
Un momento de silencio se forma entre nosotros, y antes de que pueda preguntarte de nuevo, sientes que las lágrimas están a punto de salir y, sin decir nada más, metes la mano en el bolsillo de tu chaqueta del colegio. Antes de darme tiempo a reaccionar, te inclinas hacia mí y presionas tus labios contra los míos. Me quedo inmóvil, sorprendida, pero me dejo llevar por la calidez del momento. Mis brazos se enroscan alrededor de tu cuello, y me fundo en el beso, disfrutando del vaivén lento que tú has marcado.
Es como si el tiempo se detuviera, como si por unos segundos nada importara más que tú y yo. Pero entonces, siento tu mano deslizar algo en el bolsillo de mi chaqueta. Un papel. Nos separamos, y antes de que pueda decir nada, ya te has alejado. Solo dices:
—Adiós.
Me quedo allí, sintiendo el peso de la carta contra mi pecho. Intento llamar tu atención, pero ya has dado la vuelta, alejándote rápidamente. Miro alrededor, buscando a Eli y a Miguel, pero parece que ambos siguen ocupados con lo que sea que tengan que hacer. Me doy cuenta de que tengo tiempo antes de que lleguen, así que saco el papel y lo desdoblo con dedos temblorosos.
Miguel siempre me acompaña a casa, igual que Eli. Siempre ha sido así desde que nos hicimos amigos. No sé por qué, tal vez por costumbre, pero hoy... hoy algo se siente diferente. Miro la carta en mis manos, preguntándome qué podría decir.
Me preparo, tomo un respiro, y comienzo a leer.