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¡Qué fácil es darse cuenta de que todo esto es una farsa! Robby ni siquiera se pone nervioso cuando está conmigo; siempre tiene esa actitud confiada, coqueteando a la primera oportunidad que tiene. ¿De verdad todas esas chicas se enamoraron tanto de él como para no darse cuenta de lo obvio? Vaya, parece que el amor realmente te vuelve ciego... y un poco idiota también. Te convierte en un zombie sin cerebro, andando por ahí como si nada.

Intento ponerme colorada, hacerme la tímida, como si estuviera nerviosa, pero al menos yo lo intento. Y mientras tanto, él ni se inmuta. Ni siquiera se esfuerza en parecer nervioso, como si estuviera tan seguro de que puede tenerme cuando quiera. Eso me molesta, de alguna forma me irrita, pero ¿por qué debería importarme? Después de todo, solo soy otra chica más en su juego, otra pieza en su tablero. Entonces, ¿por qué me enfado con esto? No debería, no tiene sentido.

No, solo tengo que ignorar este sentimiento y seguir adelante. Simple, ¿verdad?

Tory avanzó con paso decidido por el pasillo, con la vista fija en Robby. Él estaba cerca de las ventanas, conversando animadamente con Sam. Al verlo inclinarse hacia ella, sonriendo de esa forma que solía reservar para sus conquistas, Tory sintió una punzada de irritación. No es que le importara, claro; simplemente no soportaba que alguien más disfrutara de la atención de su "novio" mientras ella estaba cerca.

Si Robby cree que puede coquetear con otras mientras juega conmigo, está muy equivocado.
Con esa determinación en mente, Tory sonrió para sí misma, una sonrisa afilada como una navaja. Enderezó la espalda y caminó con la seguridad de quien sabe que el mundo le pertenece. Los estudiantes a su alrededor se apartaban instintivamente, murmurando entre ellos. Cuando Tory tenía esa mirada, todos sabían que era mejor no meterse en su camino.

Al llegar frente a Robby y Sam, Tory se colocó entre ambos, lanzando una mirada fría a Sam, quien se quedó callada y sorprendida por la interrupción. —Hola, amor —saludó Tory, con un tono azucarado que ocultaba un filo cortante.

Robby, al verla, inmediatamente dejó de prestarle atención a Sam. Su rostro se iluminó con una sonrisa despreocupada al notar la presencia de Tory, como si Sam hubiera desaparecido por completo de su vista. Tory no perdió el tiempo y, antes de que él pudiera reaccionar, lo besó rápidamente en los labios, justo frente a Sam. Fue un beso breve, pero lo suficientemente visible para que cualquiera que mirara entendiera claramente que Robby era suyo.

Sam retrocedió un poco, su rostro enrojeciendo de vergüenza. Tory se giró hacia ella con una sonrisa triunfal y una ceja alzada. —¿Te molesta si me lo llevo? —dijo, con un tono que no admitía negativa.

Robby, encantado con la escena, asintió sin dudar, su expresión reflejaba más diversión que sorpresa. —Claro, Sam. Hablamos después —dijo, sin molestarse en disimular su indiferencia.

Sam, sintiéndose ninguneada, se encogió de hombros con una mueca incómoda. —Sí, claro... hablamos después —murmuró, apartándose lentamente, aún sin saber exactamente qué había pasado.

Tory, sin perder el tiempo, entrelazó su brazo con el de Robby, disfrutando del modo en que había marcado su territorio. Se inclinó hacia él y le susurró con voz firme: —Vamos afuera, al patio. Necesito un poco de aire fresco.

Sin esperar una respuesta, lo guió por el pasillo. Notaba las miradas sobre ellos, los murmullos que crecían a su alrededor, y eso solo la hacía sonreír más.

Ya en el patio, Robby soltó una ligera carcajada. —Vaya, eso fue todo un espectáculo, Tory. No sabía que te gustaba tanto marcar territorio.

Ella lo miró de reojo, con una sonrisa juguetona. —Solo me gusta que quede claro lo que es mío, Robby.

Robby levantó las cejas, fingiendo sorpresa. —¿Así que soy tuyo?

Tory se encogió de hombros con indiferencia, como si no le importara realmente. —Sos mi
novio.

Robby asintió, aceptando el desafío implícito en sus palabras. —Ya lo sé, Tory...podrías haber sido menos dramática.

Ella dejó escapar una risa suave. —¿Y qué gracia tendría eso?

El sol brillaba en sus rostros mientras cruzaban el patio. La tensión entre ellos era palpable, como si cada palabra fuera un movimiento calculado en una partida de ajedrez. Tory no iba a dejar que él ganara tan fácil. El juego apenas comenzaba, y ambos sabían que había mucho más en juego de lo que estaban dispuestos a admitir.

Game [Keenry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora