Capítulo 4.

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Capítulo 4. No tienes por qué ser tú.

NARRA ADINA

La primera noche en este sitio ha sido superada. Como aún no tenemos equipos, esta semana hemos podido elegir el cuarto que quisiéramos. Yo, arrastrada por mi hermana, he tenido que dormir en el cuarto rojo, es decir, el del equipo de Daniel.

Ahora nos toca ir a desayunar. Cuando llegamos al comedor nos damos cuenta de que hay seis mesas con seis sillas cada una y luego una apartada con muchas más sillas del resto. Supongo que ahí se pondrán los chicos.

La mañana por suerte es tranquila. Yo estoy en busca de unos cereales cuando me doy cuenta de que mi suposición es cierta puesto que acaban de llegar los chicos y se han sentado en esa mesa apartada. Eso hace que todas las chicas comiencen a gritar como locas y se levanten de sus sitios.

¿Podrían bajar un poco la voz? Que a estas horas de la mañana una lo que menos quiere es escuchar gritos.

Yo sigo a lo mío echándome mis cereales cuando de repente una figura masculina se pega a mi. Mi primer pensamiento es que es Cristo. Sin embargo, mi teoría se desvanece rápido cuando veo una melena castaña a mi lado. Desvío mi mirada y me topo con los ojos miel más bonitos que he visto nunca, acompañados con unas largas pestañas. El famoso Daniel es a quien tengo a mi lado.

Yo no digo nada y él solo lo hace para pedirle a las demás que le dejen coger sus cereales tranquilo.

—¿Y tú quién eres? No pareces una loca fanática de esas.

Su pregunta hace que desvíe mi mirada hacia él nuevamente. ¿Qué se dice en estos casos? Imagino que empezar por cómo me llamo sería un buen comienzo.

—Adina, encantada.

—¿Encantada? Aún no sabes si va a ser un encanto conocerme, a lo mejor es tu peor pesadilla —Él suelta eso y se queda tan tranquilo poniéndose sus cereales de chocolate con leche. De hecho los mismos que he cogido yo.

—¿Y ahora se supone que me tengo que reír?

Él me mira intrigado.

—¿No vas a intentar agradarme? —pregunta confuso.

—¿Debería? —le respondo con una pregunta.

Él se encoge de hombros.

—Hombre se supone que el programa va de eso.

—Va de que pretendo buscar al futuro amor de mi vida entre uno de vosotros pero, en mi caso concreto, no tienes por qué ser tú.

Él asiente lentamente con su cabeza.

—Entiendo a donde quieres llegar y me gusta ese pensamiento.

Frunzo el ceño. ¿No le molesta que no le vaya detrás?

—Cualquiera se hubiera ofendido ante ese comentario, ¿por qué tú no?

—Te lo explicaría pero no lo entenderías. Ya si eso lo hablamos otro día.

Daniel no me deja tiempo de réplica, simplemente se limita a irse junto con sus compañeros a la mesa que tienen asignadas. Las chicas en cambio no dejan de mirarme con envidia.

Vuelvo a la mesa con mi hermana y de repente comienza el interrogatorio.

—¿Cómo has conseguido que te hable? ¿Crees que puedo llegar a gustarle? ¿Cómo huele? ¿Crees que mamá lo aprobará? —Miles de preguntas para las que evidentemente no tengo respuestas.

—Selena no sé, vino él a hablarme a mi, yo solo me limité a responder.

No digo nada más y comienzo a devorar mi desayuno. Ella lo entiende. Sabe que cuando necesito mi espacio y mi momento de paz y silencio tiene que dármelo.

Ruta hacia el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora