La culpa del superviviente

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Pasado: Dia del accidente

Luca moretti:

El día estaba envuelto en una niebla melancólica, con el cielo gris llorando en silencio. Las finas gotas de lluvia caían como lágrimas, creando un ambiente sombrío que presagiaba lo que estaba por venir. Para mí, era otro día de trabajo, uno en el que todo parecía ir como de costumbre. Estaba de pie junto a la puerta, cuando de repente escuché unos gritos que rompieron la quietud del lugar. Era Rafael discutiendo con Sofía, una escena que me tensó de inmediato, aunque intenté mantenerme al margen. No pude evitar escuchar. A pesar de ser el mejor amigo de su esposo, la relación entre ellos siempre había sido tirante. Pero algo en sus voces me dijo que esta vez era diferente, que Isabel no sabía nada de lo que estaba ocurriendo.

—No puedes decírselo —gritó Sofía, su voz llena de pánico y desesperación—me odiara si se lo cuentas.

—Ponme a prueba. No voy a arruinar mi matrimonio por tus caprichos de mierda —replicó Rafael con una furia que rara vez dejaba ver—. Si no hablas tú con ella, lo haré yo.

El señor dumont salió furioso hacia la puerta, y justo cuando estaba por alcanzarla, Sofía corrió tras él, agarrándolo del brazo con una mezcla de súplica y desesperación.

—Me lo prometiste —dijo, su voz quebrada por el miedo—. Puede que fuera cuando tenía dieciséis, pero lo recuerdo. Dijiste que esto quedaría entre tú y yo.

Rafael se soltó de su agarre con un gesto brusco, acercándose a ella con una intensidad que me puso en alerta. A pesar de intentar susurrar, su tono estaba cargado de amenaza.

—Y tú me prometiste que te desharías de él. Me mentiste, te quedaste con el dinero y hasta hoy me entero de esto. No te debo nada, Sofía. Tienes hasta medianoche.

Me acerqué para ofrecerle llevarlo, intentando mantener la calma a pesar de la creciente tensión en el ambiente, pero Rafael rechazó mi oferta con un gesto de la mano. Retrocedí, observando cómo desaparecía tras la enorme puerta. Sofía, por su parte, se quedó inmóvil, pasando las manos por su rostro en un intento desesperado por calmarse. Su larga melena pelirroja caía en desorden, y su labio temblaba mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. En todos los años que conocía a Sofía, jamás la había visto llorar, y mucho menos de esa manera.

—¿Estás bien? —le pregunté con preocupación, ayudándola a sentarse cuando vi que todo su cuerpo temblaba. Era inquietante verla tan vulnerable, tan desmoronada.

Cruzó los dedos delante de su boca, negando con la cabeza mientras sus sollozos la sacudían.

—Isabel nunca me lo perdonará, Alex tampoco, me quedare sola—dijo entre lágrimas, su voz llena de histeria—. No puedo perderla, Luca. Acabo de recuperarla.

Antes de que pudiera decir algo más, Isabel apareció con Ramla en brazos, mirándola con preocupación. Sofía intentó recomponerse, pero su fragilidad era evidente. Isabel dejó a la niña en el suelo y se acercó a ella, tomando sus manos con un gesto de apoyo incondicional.

—¿Qué ocurre? —preguntó Isabel, su tono lleno de ternura mientras Sofía rompía a llorar con más fuerza. Sin vacilar, Isabel la abrazó, sorprendida pero firme, mientras me lanzaba una mirada llena de preguntas. Negué con la cabeza, sin saber cómo responder a su silenciosa súplica. Cuando Sofía finalmente se apartó, Isabel le limpió las lágrimas con delicadeza.

—Tengo que contarte algo —dijo Sofía con un hilo de voz, e Isabel asintió, llevándola hacia un lugar más privado. Antes de irse, Isabel me dirigió una última mirada.

—Cuida de Ramla, ahora vuelvo —dijo, y luego desaparecieron durante horas.

Cuando Isabel regresó, su rostro estaba enrojecido por las lágrimas, y antes de que pudiera decirle algo, fue ella quien habló primero.

Profesor Alexander BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora