Isabel & Sofia

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Saqué la llave de mi bolsillo y abrí el candado de la puerta del cementerio privado. La verja chirrió al abrirse, y un viento gélido nos recibió, intensificando la sensación de desasosiego. ¿Cómo describir este lugar? Supongo que es como todos nos lo imaginamos: un montón de lápidas, algunas con cruces, otras con inscripciones como "madre", "hija", "hermana" y "prima". Pero este cementerio es más bien antiguo, con criptas familiares y todos los linajes embutidos en el mismo hueco. Eso sí que es un "juntos para siempre".

Linterna en mano, nos adentramos en el cementerio bajo un cielo encapotado. La humedad de la noche se aferraba a nuestras ropas, y la llovizna persistente parecía susurrar secretos olvidados entre las lápidas. El aire frío y denso olía a tierra mojada y hojas en descomposición, añadiendo un toque macabro al ambiente. Cada paso que dábamos sobre el suelo empapado producía un sonido sordo, como si el mismo cementerio se lamentara.

La tenue luz de la linterna apenas penetraba la neblina que se arremolinaba a nuestro alrededor, proyectando sombras inquietantes que parecían moverse por voluntad propia. La gente adinerada entierra aquí a sus seres queridos, y las estatuas ornamentadas y las lápidas elaboradas se alzaban como vigilantes silenciosos, sus formas desdibujadas por la lluvia.

Personalmente, me parece una tontería eso de un cementerio mejor conservado para la gente adinerada o poderosa. Después de todo, todos acabaremos siendo pasto de los gusanos. Bajo tierra no se diferencia ni la belleza, ni la inteligencia, ni mucho menos la riqueza. Nadie escapará del destino compartido. La muerte es lo más justo que la humanidad conocerá, y aun así, algunos intentan despojarla de su simpleza, cubriéndola con costosas láminas innecesarias..

A medida que avanzábamos, un escalofrío recorrió mi espalda al pensar en las almas atormentadas que podrían estar vagando por este lugar. Por eso sí que haría una separación: la gente que muere asesinada, con una cuenta pendiente, debería tener su propio lugar en el cementerio, ya que sus almas estarán vagando/deambulando por ahí, tratando de buscar esa justicia que en vida no pudieron obtener, una justicia de la que tanto se habla pero que nunca es autentica. Morir envenenado no es justo, y matar a tu envenenador tampoco, la justicia podria conseguirse únicamente con el muerto vivo, es decir, jamás., Pero, ¿qué sabré yo sobre lo que es justo y lo que no?

Las gotas de lluvia caían lentamente, cada una resonando con un eco hueco al golpear las lápidas, creando una sinfonía de susurros que aumentaba la sensación de que no estábamos solos. La linterna tembló ligeramente en mi mano, y por un momento, creí ver una sombra moverse entre las criptas, pero al dirigir la luz hacia allí, no había nada. La noche estaba viva con presencias invisibles, y el miedo se arrastraba en nuestros corazones, intensificado por la oscuridad y el misterio del lugar.

A mí, sin embargo, me interesaba la tumba de Sofía. Había visitado varias veces la tumba de mi madre, pero jamás con frecuencia; perder a alguien que nunca conociste no es tan doloroso, a pesar de sentir el vacío de no haberlo tenido. Lo que me había dejado con muchas preguntas fue cuando busqué en el registro la tumba de Sofía y me encontré con que yacía en el mismo cementerio que mamá. Es curioso porque Sofía no tenía los recursos para terminar aquí, pero mi madre sí.

A medio camino, que conocía de memoria, en el silencio de la noche y la penumbra de las almas a mi alrededor, encontré la lápida de mi madre, una lápida humilde. Debajo, unas flores muy secas, como un eco del pasado. Y justo al lado, la lápida de Sofía, una al lado de la otra. ¿Cómo no pude darme cuenta antes? Siempre la tuve a mi lado, siempre estuvo a su derecha.

Las palabras grabadas en la piedra parecían cobrar vida en la penumbra, recordándome que ambas amigas, estaban unidos más allá de la muerte.

—Sofía tiene flores recientes, de hace unos dos días —dijo Sam, apuntando a esas rosas rojas con la linterna—. ¿Crees que el profesor viene con frecuencia?

Profesor Alexander BlackwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora