❛5. El amor del heredero❜

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Aemon observó a sus hermanos dormidos junto a él

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Aemon observó a sus hermanos dormidos junto a él. No hacía mucho que una sirvienta había pasado para despertarlos de su letargo, avisando que la cena estaba lista. Sus padres ya debían estar cerca, pronto compartirían la mesa. Sin embargo, la mirada de Aemon se quedó clavada en Alynerys, y sintió cómo su corazón se contraía con una punzada.

Lo conocía, sabía quién era. ¿Cómo podría olvidar a Aemond? El hombre que, en otra vida, fue su asesino. Aquel que había amado como un amante secreto. Que en otra vida terminó hundiéndose en la tragedia de su propio final, entregado al enemigo, consumido por la desesperación hasta quitarse la vida. Un hombre que incluso había dado a luz a sus hijos en otro universo.

Aemon recordaba. Claro que lo hacía; Aquella imagen estaba grabada en su memoria, implacable: el rostro alargado, la cicatriz que atravesaba su ojo. Los ojos amatistas, siempre llenos de una bondad que lo seguía a todas partes. El cabello negro, ahora esparcido en un suelo manchado de sangre. El cuerpo agotado, bañado en sudor después de haber traído a sus gemelos al mundo.

Era su dragón... su esposo. La madre de sus hijos. Su enemigo y su salvador. Su amante, su tío, su hermano. Pertenecía a él. Incluso antes de que Lucerys lo reclamara, Aemond ya había sido suyo. Desde siempre, desde antes que Lucerys lo había reclamado, ya era de él.

Jacaerys había muerto en aquella vida pasada, una vida infernal en la que fue rey por conquista. Un rey que terminó manchado por el pecado más oscuro: el asesinato de su propia madre. Y tras su muerte, renació como Dismas, el heredero al trono del Reino del Sol, una vasta y majestuosa nación gobernada por una dinastía que afirmaba descender de los mismos dioses solares. Un imperio antiguo, centro de poder y cultura, en un universo extraño donde él, Jacaerys, tenía el cabello claro y Aemond, oscuro.

Y como todo heredero, debía prepararse para reinar. Era el primogénito del rey y su consorte, su prima hermana, y siempre cargó con el peso de aquella corona invisible que le oprimía el alma. Lucerys no existía en ese mundo; no tenía a su querido hermano menor. Pero sí tenía a su esperada hermana, Visenya. Una niña juguetona, cuyos cabellos dorados brillaban bajo el sol, el fruto del amor de dos almas destinadas.

Todo parecía perfecto en ese universo. Sin embargo, en los momentos más oscuros, no podía evitar sentir la culpa arrastrando sus entrañas. Culpa por la paz que disfrutaba, por la felicidad que sentía. En esos instantes, huía de sus recuerdos, vagando por los rincones más lejanos del imperio.

Y fue así como lo encontró.

Caminaba entre los árboles del Bosque de las Luciérnagas, demasiado distraído para notar una rama traicionera que lo hizo tropezar. No sabía si era mala o buena suerte, pero lo que sí recordaba con claridad era la caída, aquella larga caída desde la cascada que lo sumergió en las aguas frías, llevándolo hacia un destino incierto. El río lo arrastró... directo a los brazos de su amante.

Aún podía ver la imagen en su mente. La primera vez que lo vio, fue como un sueño. El largo cabello negro de Zunair se derramaba en ondas suaves como la noche misma, una piel pálida, marmórea, apenas rota por un lunar solitario en su mejilla derecha. Y esos ojos... ¡Oh, por las catorce llamas! Esos ojos amatistas que jamás podría olvidar. No eran los ojos de un asesino, no. Eran los ojos amables de un protector, los mismos que lo habían acompañado cuando sus padres murieron, llenos de preocupación y ternura.

 '𝐌𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃' ¡✰彡˚House of the DragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora