❛5. La promesa del dragón❜

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Cuando Alynerys cruzó el umbral del salón, una pequeña figura corrió hacia él y se aferró a sus piernas con fuerza

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Cuando Alynerys cruzó el umbral del salón, una pequeña figura corrió hacia él y se aferró a sus piernas con fuerza. Era Maegelle, su hermana menor. El príncipe, de cabello platinado, esbozó una sonrisa suave y cariñosa, y con delicadeza acarició la cabeza de la niña, que le devolvió el gesto con una mirada llena de adoración. Ella lo tomó de la mano con la firmeza de quien teme perder algo precioso, arrastrándolo para que se sentara junto a ella. Alynerys no se resistió; sentía un calor reconfortante al tenerla cerca, una chispa de ternura en medio de la sombra que empezaba a invadir su corazón.

Maegelle, un año menor que él, era la hija que todos los padres desearían tener. Estudiosa, gentil, siempre ocupada en bordar delicadas telas para las nuevas criaturas que su madre traía al mundo. Pero, más allá de sus virtudes, era su cercanía con Alynerys lo que la hacía especial a sus ojos. Mientras la observaba, su mente vagaba hacia el recuerdo de Jaehaera, su sobrina, cuyo rostro dulce y calmado aún lo atormentaba. ¿Había podido encontrar paz después de su trágico final? Esa duda lo consumía, envolviéndolo en una melancolía ineludible.

A su lado, Vaegon, su hermano más joven, luchaba con un pesado libro en alto valyrio. Alynerys sonrió al escucharlo balbucear, esforzándose por pronunciar correctamente una palabra.

—Es nyuh-ha, Vae —corrigió con paciencia, su tono una mezcla de afecto y fatiga—. No lo pronuncies tal como lo lees.

La escena se desarrollaba lentamente, como si el tiempo hubiese decidido estirarse en aquella tarde. Aemon y Baelon entraron en la sala, cada uno ocupando su lugar, el primero tomando asiento frente a Alynerys, mientras Baelon se ubicaba en la cabecera de la mesa. Un silencio anticipatorio invadió el ambiente cuando, afuera, el sonido de las lanzas golpeando el suelo indicó la llegada de los reyes.

Jaehaerys y Alysanne entraron con la majestuosidad que les confería su título, acompañados por Jocelyn Baratheon y la pequeña Daella. Caminaban con una tranquilidad solemne hacia la mesa, como si todo en su mundo estuviera en su lugar, como si no existiera la tormenta que azotaba el corazón de Alynerys.

—Hijos —la voz del rey resonó en la estancia, rompiendo el silencio—. Me alegra verlos a todos reunidos. Hoy es un día digno de celebrar.

Alynerys permaneció en silencio, consciente de que esa celebración tenía más que ver con los logros de su hermano que con cualquier motivo personal. Observaba, en la distancia, cómo Jocelyn y Aemon intercambiaban miradas de afecto, una sonrisa dulce en los labios de ella y una chispa de devoción en los ojos de él. Sentía un peso opresivo en el pecho, como si cada aliento fuera una lucha. No podía evitarlo: su hermano parecía tan feliz, tan completo junto a Jocelyn, una mujer cuya belleza era innegable, incluso para él, que rara vez reparaba en esas cosas. Su tía, apenas con diecisiete días del nombre, era una figura cautivadora. Su cabello negro, largo y sedoso, caía en cascada hasta sus caderas, que se destacaban con la robustez que alguna vez su madre Alicent habría alabado como ideales para la maternidad. Su rostro, enmarcado en un óvalo perfecto, mantenía una expresión siempre seria, pero esa gravedad no disminuía en lo más mínimo su atractivo.

 '𝐌𝐘 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃' ¡✰彡˚House of the DragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora