Club de fans de John Boy

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(Love of Lesbian)

Para Juanjo, al igual que para Martin, el sosiego también llegaba cuando encontraba respuestas para las preguntas que su propia psique le formulaba. Por dicha razón, durante aquel mes en el que tuvo que quedarse en casa cuando se rompió el húmero en su segundo año de instituto, no pudo evitar tener un flechazo instantáneo con la ciencia. Siempre se había considerado una persona que rozaba la hipocondría, por lo que se dedicó a buscar por internet todas las respuestas relativas a lo que le había ocurrido; qué pasaría si se curaba, lo que ocurriría si no lo hacía, el funcionamiento de la anatomía humana, y como ésta se une a los receptores neuronales para, mediante simples señales eléctricas, poder moverse siguiendo las órdenes impartidas por el cerebro, a rajatabla. Cuando hasta la última astilla surgida por aquella rotura de hueso volvía a estar unida y anclada donde debía, aquel flechazo se fue transformando, poco a poco, en amor, mientras que aquella curiosidad por comprender el funcionamiento del cuerpo humano se fue tornando en el deseo de dedicarse a la medicina cuando creciese. Se sentía inspirado por la forma en la que los músculos se solapaban a los huesos, abrazándolos y protegiéndolos, por el ritmo con el que bombeaba la sangre el corazón para que pudiera recorrer todo su organismo, y por las corrientes eléctricas enviadas por los receptores de los sentidos, que le permitían al cerebro transcribir, desencriptar y traducir la realidad que le rodeaba; el cielo que veía, la música que escuchaba, el frío del invierno que sentía contra su piel, el perfume que olía, los labios que saboreaba. Todo.

    No fue hasta algunos meses después de haber cumplido los diecisiete años, cuando sintió que hacían añicos su corazón por primera vez, que se dio cuenta de que comprender el funcionamiento del cuerpo humano estaba comenzando a saberle a poco y a no darle las respuestas que ansiaba tener. Buscando una que le diera sentido a la frustración y a la decepción que sentía en aquel momento, llegó a la conclusión de que, en el fondo, su anhelo desde que no era más que un niño no había sido otro que el de comprender al ser humano así, en general. Siempre había estado seguro de que el poder entender lo que ocurría a su alrededor era una de sus cualidades más entrenadas y, para bien o para mal, sabía que no podía permitirse dejar de lado el hecho de que vivía en un mundo repleto de otras personas. Por tanto, sin entenderlas a ellas, sin saber darle una explicación a su comportamiento, nunca llegaría el día en el que pudiera, de forma verídica y veraz, responder todas aquellas preguntas que se planteaba a sí mismo.

Ahora que Juanjo se acercaba a la adultez, aquella se había convertido en la principal motivación a la que se aferraba, día tras día, a la hora de reafirmarse en la búsqueda de la excelencia en su área de estudio, y en la que consideraba que era su necesidad más primitiva y animal hasta el momento; la explicación de la conducta humana. Fue después de aquella confesión que tuvo consigo mismo cuando decidió cambiar la decisión tomada cuando no era más que un niño curioso y asustado con un cabestrillo, para seguir el consejo de aquel adolescente que se enfrentaba a un corazón roto y a un mundo que, en ocasiones, podía llegar a ser abrumador; estudiar psicología.

    Comenzar a estudiar una carrera universitaria le ayudó a ubicarse dentro de una etapa vital y confusa que se parecía a la adultez, pero que no lo era del todo, así como a comprobar que aquellas dos ambiciones, la infantil y la adolescente, podían colindar en aquella área de la psicología que había logrado robarle el corazón nada más haber hecho las presentaciones; la neuropsicología y la relación del cerebro con todo lo que hace humano, a un ser humano. Por eso, para la ponencia que daría en aquel simposio para el que llevaba preparándose algo más de un mes, había escogido hablar sobre el sistema de recompensa cerebral. Algunos autores se refieren a este conjunto de conexiones neuronales y procesos neurobiológicos de forma cariñosa y jocosa como sistema de placer; a Juanjo, que le gustaba jugar con las dicotomías, en la intimidad de los debates intelectuales que compartía con sus colegas científicos le gustaba referirse a él como el paraíso y el infierno del ser humano. Y es que, en su búsqueda racional y obsesiva por comprender las motivaciones que llevaban a que las cosas que ocurrían a su alrededor, así lo hiciesen, descubrió que aquel cúmulo de estructuras cerebrales le daban la respuesta a casi todas aquellas cuestiones. La base de todas aquellas explicaciones radicaban en aquella pulsión primitiva de una paloma hambrienta y entrenada para pulsar un botón que le daría acceso a comida. O en la de aquel ratón de ojos rojos y saltones que no fue capaz de dejar de presionar, a voluntad propia, una palanca que le proporcionaba pequeñas descargas eléctricas justo ahí, en el sistema de placer cerebral. Tanto era el deleite sentido por el pequeño animal con cada una de aquellas corrientes que, olvidándose incluso de comer, terminó muriendo de hambre a los pocos días de iniciar el experimento. Juanjo comprobó, entonces, que ningún organismo vivo actúa sin que haya un premio o un reforzador detrás de su conducta, ni hay conducta que se aprenda sin haber sido reforzada con anterioridad. Y aquello podía ocurrir, incluso, cuando un reforzador tiene el poder de acabar contigo, justo como ocurrió con aquel pequeño ratón. Al menos, le hacía sentir menos culpable el saber que ese tipo de experimentos, por ética moral y profesional, ya no se practicaban a día de hoy.

Oniria encuentra a Insomnia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora