Pirómanos

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(Vetusta Morla)


Podía sentir como las gotas de agua resbalaban por su rostro, descendían acariciando sus lunares y parecían suplicar por colarse en todos y cada uno de los pliegues y recovecos que cubrían su piel. La temperatura de su cuerpo, incandescente y en contacto con la fría cerámica que cubría la pared de su ducha, creaba un contraste eléctrico que le hacía sentir ensimismado, lejos del lugar en el que realmente estaba. No obstante, unos brazos que abrazaban con fuerza su costado desde su espalda, y aquellas manos que exploraban traviesas su pecho consiguieron, de alguna manera, mantener sus pies sobre tierra firme. También ayudó el sentir una cabeza ajena escondida en aquel hueco que se formaba al inicio de su hombro, la calidez de unos besos ajenos que parecían beber de las gotas de agua que caían por su cuello, y un cuerpo ajeno al suyo que lo aprisionaba contra la pared. Comprobó que, aunque todo el ambiente se veía sumido en una fragancia que combinaba la macedonia de frutas con el deseo, y aunque el agua se estuviese llevando consigo sus olores y sus suspiros, el aroma de Juanjo parecía ser capaz de atravesar cualquier barrera existente con tal de llegar a las fosas nasales de Martin. O, quizá, el castaño había aprendido a reconocer aquel olor sin importar el contexto que les rodease, quién sabe.

La neblina formada por el vapor de agua, unida a aquella fragancia afrodisiaca que les rodeaba y al calor asfixiante provocado por la forma en la que el chico de ojos verdes tocaba, besaba y chocaba contra su piel le hacían sentir extasiado, como si levitase a kilómetros del suelo. Una de las traviesas manos de Juanjo, descendiendo desde su pecho hasta la zona de su bajo vientre, le obligó a buscar, de forma instintiva y casi animal, que su cuerpo encajase con mayor precisión bajo el del zaragozano. La lengua del moreno ascendiendo a su oreja le hizo jadear su nombre, y aquel sonido hizo que al recién nombrado se le escapase una risa ronca y ahogada sobre su oído.

¿Quién es el pervertido ahora, Urrutia?

La voz de Juanjo sonaba distante aunque seguía en contacto con su piel, el agarre que mantenía sobre su abdomen se intensificó y el vaivén de su cuerpo contra el del más pequeño se volvió más agresivo. Martin mantenía sus ojos cerrados, permitiéndose el deleite de las corrientes eléctricas que recorrían cada centímetro de su sistema nervioso sin distracciones visuales. Su mente volvió a volar aún más lejos de allí cuando el zaragozano atrapó el lóbulo de su oreja izquierda entre sus dientes; se sentía extasiado, irreal, en un sueño. Y, aunque la sensación que recorrió todo su ser en aquel momento podría definirse como agridulce, sin lugar a dudas podía sentirse orgulloso del poder que tenía su subconsciente. Pues, como éste había sospechado, la próxima vez que abrió los ojos dejó de sentir el calor de Juanjo contra él y las gotas de agua caer por su piel, para sentir el tacto fresco de sus sábanas sobre su cuerpo y la humedad que caía, en forma de sudor frío, por su frente y su espalda. Y, aunque aquello no había sido más que un sueño, aún era capaz de sentir el fantasma del aliento cálido del moreno sobre su oído, de sus grandes manos jugando con él, y del contraste entre el calor de su piel contra el frío de la pared.

Mientras trataba de acostumbrar su visión y sus ojos a la penumbra que le rodeaba, Martin los mantuvo estáticos en el techo de su habitación; su respiración entrecortada, su pecho siendo la única parte de su cuerpo que parecía seguir viva, en movimiento. Las demás, estáticas. Al mismo tiempo que la temperatura de su cuerpo se atemperaba, su respiración se acompasaba y el rojizo en sus mejillas abandonaba su rostro, hizo un intento por encontrar algo de orden entre el caos en el que se había transformado su pensamiento. Cuando creyó haberlo encontrado, una sonrisa escéptica se dibujó en su rostro, dejando escapar un bufido divertido. Negó con la cabeza, incrédulo, y pellizcó su ceño buscando destensar aquella zona para, después, poder seguir con aquel intento por acallar el ruido en su cabeza. Cuando la niebla que parecía inundar cada recoveco de su mente siguió disipándose, se percató de que la respuesta a todo aquel ruido era una muy sencilla; había tenido un sueño erótico con el chico con el que llevaba enrollándose un mes. Concretamente, con lo que el castaño definió en su propia narrativa mental como un reflejo impostor que había decidido colarse entre sus sueños y sus deseos aquella húmeda noche de abril.

Oniria encuentra a Insomnia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora