(La La Love You ft. Samuraï)
El vizcaíno no fue consciente del momento exacto en el que comenzó a caminar por los caminos oníricos de Morfeo aquella madrugada, al igual que tampoco lo fue del momento en el que los abandonó para encontrarse entre las sábanas de Juanjo, abrazado a su pecho y su calor. El chico de ojos avellana era consciente de que todas y cada una de las mañanas de su vida le había resultado una tarea extremadamente difícil el conseguir despegar sus ojos y aceptar, con derrota en su pensamiento, que debía abandonar la comodidad de su cama para que un nuevo día pudiese dar comienzo. No obstante, desde que había descubierto lo que era amanecer junto a aquel chico que olía a café y nicotina, una tarea como aquella había pasado a convertirse en una que resultaba ser ridículamente sencilla. Era como si las horas de sueño, aquellas en las que su mirada se apagaba y su pensar dormía, fuesen en realidad tiempo que podría haber dedicado a acariciar con la yema de su dedo pulgar el lunar bajo su ojo, a besar la piel que se curvaba en el puente de su nariz, a morder lo carnoso de sus labios o, sencillamente, a descansar su vista en él. En su risueña mirada, en su sonrisa ladeada, en el ancho de sus hombros, o en aquellas manos que, cuando recorrían su cuerpo, tantos suspiros terminaban robándole.
Con una conclusión como aquella aún latente en su consciente, parpadeó con pesadez, tratando de conseguir que sus pupilas se familiarizasen con la luz que conseguía colarse por aquel hueco en la ventana que no había sido opacado por la desgastada persiana que cubría gran parte de la misma. Martin, a sabiendas de que aquel chico seguía dormido por el ritmo y la profundidad en su respiración, aspiró su olor, regodeándose en las cosquillas que sentía en su vientre cada vez que lo hacía. La mano que descansaba sobre su pecho comenzó a viajar, con un tacto que parecía seda y terciopelo, por su piel; por su clavícula, por su cuello, por la línea de su mandíbula, por el rosado de sus mejillas. Al igual que hacía la luna cuando, de niño, la espiaba por la ventana de su coche, sus ojos siguieron, atentos y absortos al unísono, aquella travesía que sus dedos recorrían. Supo que había llegado al final de aquella peregrinación cuando alcanzó la comisura de sus labios, sintiéndose poco más que un esclavo en su tacto. Con cuidado de no despertarle, se incorporó sobre sus antebrazos, recorriendo con la mirada el remolino que se había formado en su despeinado flequillo, la calma que cubría su ceño, el abanico que formaban sus pestañas, la curva de su nariz, y el arco de cupido sobre sus labios. Con el único objetivo de cumplir con sus antojos y deseos, acunó su mejilla y recortó distancias con sus labios, dándole un beso que se asemejaba al toque de una pluma, a una caricia. Cuando sintió que una sonrisa comenzaba a dibujarse bajo sus besos, no pudo evitar colgar otra de su propio rostro.
El moreno correspondió aquel beso con somnolencia y parsimonia, manteniendo sus ojos cerrados, casi como si aún quisiese seguir soñando. Posó una de sus manos sobre su cintura y, mientras seguía besando la sonrisa contraria, hizo un recorrido, en una caricia, por todo el largo de su espalda hasta llegar a su nuca, donde le permitió a sus dedos juguetear con el mullet del chico que acababa de robarle minutos de sueño. ¿Qué importaba que lo hubiese hecho, en el fondo? Cuando despertar así era como sentirse ajeno, extraño, forastero. Como si aquello fuese algo que no le correspondiese tener, al mismo tiempo que no podría haber sido para ninguna otra persona que no fuese él. No le quedaba opción diferente a sentirse como un extraterrestre que caminaba, sin rumbo alguno, por las calles que cubrían la piel de Martin; un extranjero que lo observaba como algo nuevo, diferente, extraordinario. Que ansiaba descubrir cada uno de sus rincones, conocer cada una de sus curvas, perderse en cada uno de sus recovecos, recorrer cada uno de los pliegues de su piel. Por aquella razón era por la que le tocaba, le besaba, le acariciaba y le mordía; porque quería descubrir todo lo que tenía aquel chico de mirada color café para él, aún cuando no era más que un peregrino que no pertenecía a aquellas tierras.
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Oniria encuentra a Insomnia.
FanfictionUna historia que habla y reflexiona sobre el amor, en todas sus capas y facetas. Donde Martin y Juanjo se conocen en diciembre, donde ambos estudian psicología, donde ambos reflexionan, y donde ambos sienten.