"Oh, salva tu vida
Porque solo tienes una"
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Madeleine no entendía que había hecho para que los chicos de el equipo de fútbol se enfadaran con ella.Pero ahí se encontraba, tendida en el suelo, con sangre esparciendose lentamente por todo su rostro mientras un grupo, de por lo menos cinco personas, la golpeaban repetidamente.
Su cuerpo había dejado de sentir después de los primeros golpes, por lo que ahora simplemente permanecía quieta, evitando hacer ruido o soltar algún quejido qué los invitara a golpearla más fuerte.Maldita perra ¡Te dijimos que no dijeras nada! –exclamó una chica a quien desconocía completamente, tenía el cabello claro, al igual que sus ojos y se escuchaba bastante molesta.
Esto es solo una advertencia, no querrás saber lo que te pasara si vuelves a hacerlo –aseguró un muchacho, igualmente desconocido, con evidente ira en su voz.
La próxima vez te mataré ¿entendiste? –dijo la rubia, golpeando su rostro nuevamente, la castaña asintió como respuesta.
Madeleine suspiro cuando aquel grupo finalmente se alejo, sostuvo su pecho intentando recuperar el aliento, su rostro ardía dolorosamente y sentía como si su cuerpo hubiera sido destrozado brutalmente.
Seguramente se desmayaría en cualquier momento, más sin embargo, con esfuerzo se puso de pie, el dolor se volvió aún más insoportable ante esta acción, pero no se detuvo, debía llegar a casa antes de que la tormenta empezará.El cielo oscurecia rápidamente con cada paso que ella daba, las nubes grises se sentían cercanas cuando levantaba la vista y como era de esperarse, pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer en su rostro.
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El reloj marcaba las cuatro de la tarde cuando, para su buena suerte, llego a casa.
Abrió la puerta y camino exhausta hacia la sala, donde se encontró a su madre, descansando en el sofá, como solia hacer últimamente. Observo con confusión el film que se reproducía en la televisión, y rapidamente se le cruzó la idea de que quizás la casa no se encontraba completamente sola.
Justo en ese preciso momento, Tate salió de la cocina sosteniendo una lata de soda entre sus manos.
Madeleine –pronunció en voz baja, la muchacha lo observo con una mueca, que fue suficiente para transmitir su clara y obvia duda.
Lo siento, estoy algo perdida. Tate London ¿verdad? –inquirio tomando asiento, el mencionado asintió con una pequeña risa.
Casi. Langdon, en realidad, pero tú llámame como desees –aclaro sonriendo, la muchacha lo observo una vez más y entonces lo noto.
Tate era realmente atractivo, cualidad que antes no había notado, debido a las circunstancias de él momento en el que se conocieron. Su cabello era lacio y claro, lo contrario al suyo. Ojos oscuros, mirada sombría e indiferente, con un peculiar brillo en ella. Nariz maravillosamente perfecta, como si la suya fuera una vergüenza comparada a la de ese chico. Sus labios, delgados, eran adornados por un par de hoyuelos y una calida sonrisa plasmada en ellos. En conclusión, cualquiera aseguraría que había sido bendecido.