Strawberry Fields

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(cuento perdido, escrito probablemente entre los meses de mayo y julio del verano de 2016)

Strawberry Fields Forever fue la primera canción de The Beatles que escuché.

Descubierta cuando tenía unos 11 o 12 años, quedé sumamente impresionado, no solo por la rica variedad de sonidos; también por su exótica naturaleza. Nunca antes había escuchado algo así.

Obviamente, quedé así mismo algo extrañado. Y es que poseo un recuerdo, de haberla escuchado ese día, y esa misma noche haber tenido sueños en donde la escuchaba; soñando con raras franjas verdes sobre fondos negros.

Desperté con la sensación de aún tenerla resonando en mis oídos, aunque tuvo que pasar mucho tiempo para volver a escucharla con atención en mi adolescencia. Tengo aún marcada aquella rara visión, de color verde y negro. -Fragmento de un prólogo al cuento, escrito el 27 de julio de 2019.

Aún recuerdo las sensaciones, los extraños colores, y los extraños dolores, puestos en mis retinas, como recuerdos ofuscados sobre ellas. Los recuerdos de mi fugaz infancia en los campos de fresas.

Déjeme contarle acerca de aquella etapa de mi vida tan difusa, pero tan presente en mis oídos y en los sentidos de mi corazón. Permítame transportarlo a los fresales, en cierto campo de Inglaterra.

Sí, aquellos campos de fresas, frescos y verdes, tan vivos en mi memoria, que los veo todavía ahora en mi cerebro exaltado. A los campos de fresas, donde nada es real.

Aprovecharé el momento.

Verá, recuerdo que en mi más temprana infancia, cuando tenía unos seis o siete años, cuando todavía seguía un niño inocente aún, vivía en una parte de la ciudad bastante alejada, posicionada en algún paraje de Woolton, Liverpool.

Mi madre y mi familia, junto con un amigo mío de la niñez, nos llevaban a una antigua casa de campo cada verano. Allí nos salíamos a divertir, mi amigo y yo, mientras el resto de la familia organizaba alguna charla con bebida dentro de la casita.

Esta era un recinto de calidad humilde, pero elegante y útil para lo que era, al fin y al cabo; grande, espaciosa, con intrincados laberintos llenos de muebles donde esconderse, y escaleras infinitas.

Mi madre nos instaba a quedarnos a comer, y lo hacíamos; pero luego nos aburríamos, y era entonces cuando nos permitían salir a jugar al campo que estaba detrás de la casa. Diríase que aquel campo era el "patio" de juegos.

Mamá nos decía que no nos alejáramos mucho. Pero a veces le desobedecíamos, sin querer, pues nos escapábamos frecuentemente, más allá incluso del horizonte visible del campo, cuya propiedad atravesábamos.

Este campo era de pastizal hosco, amarillento como la paja, y alto, de cerca de unos dos metros, o a veces un metro y medio, entre los herbazales.

De esta forma podíamos escabullirnos ingeniosamente. Del porqué lo hacía, de ello no tengo memoria; pero siempre volvíamos a casa. Memorizábamos el rumbo tomado y desandábamos lo andado.

Solo una vez nos perdimos, y juramos que esa iba a ser la primera y última ocasión; cuando andamos más lejos que de costumbre, aterrorizados, sin poder ver nada ni más allá de los pastos de dos metros de altura. Ese día lloramos y pensamos que moriríamos de hambre.

Pero el llanto duró solo unos minutos; nos decidimos a hallar la salida, y volvimos felizmente.

Así que esta era nuestra extraña rutina. ¿Que qué hacíamos en los pastos huraños? Pues, como todo niño, jugábamos, corríamos, y nos escondíamos. A veces nos gustaba inventar historias en torno al paisaje, para lo cual mi amigo tenía mucho ingenio.

Alucinaciones, pesadillas y otras historiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora