El siguiente ingrediente de Madam Truffle

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(cuento perdido, escrito en la Nochebuena de diciembre de 2017)

Ya conociste la historia acerca del pueblecillo donde habita Madam Truffle y sus estrafalarios personajes. Ya te conté acerca de su vivir diario y de su terrible secreto debajo de la cómoda. Esta vez te relataré algo especial, y muy breve, por si necesitas regresar a tus labores.

También Madam Truffle está ocupada con ellas. Por eso no traté de interrumpirla demasiado cuando fui a visitarla una madrugada de diciembre, en la oscuridad de mi habitación solitaria y vacía, mientras todos bailaban de alegría afuera. Pero no te estremezcas, porque mientras aquí eran las dos de la mañana, y el frío era trémulo; allá en su pueblo tranquilo y de hermosas callecillas empedradas, todos sonríen, sin ninguna clase de preocupación; y el Sol ilumina los techos con los pájaros azules formados por montones.

Las personas son amables todo el tiempo, saludando a quienes se atraviesan; y enseguida sonreí en cuanto me dieron la bienvenida, y me recibieron con halagos y un estrecho saludo; porque allá era el atardecer.

Nadie gritaba ni peleaba, y cuando giré en una serena cuadra de casitas bajas y grises, visualicé la casa de Madam Truffle en el fondo.

Volví a maravillarme ante la cortesía de las personas formadas, quienes, una a una, me dieron las buenas tardes. Mis mejillas se sonrojaron debido a tan especial atención, y también les devolví el saludo.

Presencié como los señores de edad bajaban sus sombreros; y los niños también sonreían, mientras las muchachas saludaban con una mano y una risa esbozada. Esperé en la fila, mientras todos ellos conversaban pacientemente.

Probablemente hablaban del arte que desempeñaba Madam Truffle, elaborando su mágica repostería. Eso lo debes saber ya.

Y es que se cuenta que, mientras añade los deliciosos y particulares ingredientes a sus hojaldres, suena una peculiar música exótica, que le ofrece la suficiente inspiración para continuar, que acompaña su soledad... En realidad, se esmera demasiado en que los habitantes logren apreciar la belleza que transmite en los pasteles de cientos de sabores.

Porque mientras el temporizador del horno especial sigue su recorrido, las tartas se mecen coloridas en el mostrador; y los habitantes miran con una expresión de contemplación dulce y tintineante, mientras los niños esperan ansiosos.

Cuando ingresé por vez primera a la casa de Madam Truffle, me sorprendió lo bien acondicionada que se hallaba; demostrando que la organización a la hora de cumplir sus tareas era pulcra y excelente. Madam Truffle fue muy amable, y eso era de esperarse.

Contemplé con maravilla los estantes atiborrados de extrañas especias, conteniendo líquidos de colores que nunca jamás había visto, exhibidos en frasquitos de cristales luminosos; y me pregunté acerca del brillo fantástico que despedían al agitarse.

Jamás podría llegar a conocer los misterios guardados dentro de los ingredientes dentro de los frascos, o hacer a un lado los sigilos con que se ocultaban los libros de recetas en los otros estantes.

Sentado, contemplé las paredes relucientes, pintadas de un color purpúreo que nunca otra vez veré.

Mientras, Madam Truffle cerraba las cortinas y las puertas de la pastelería, y entonces la casa adquiría un tono oscuro, pero por dentro, ¡por dentro era un palacio siempre bien iluminado!

Lámparas de tonos matinales me guarecían de la temible oscuridad a la que Madam Truffle siempre temía, y entonces escuchaba la música desconocida de la que tanto hablaban; sí, al vaivén de los pasos de Madam Truffle. Organizando todo para que durmieran sus preciados aderezos; bailando alegremente para arrullar a los gnomos y hadas que siempre se posaban al amanecer y al anochecer; sí, esos de los que tanto hablaban los niñitos.

Me pareció encantador observarle, pero no tuve el honor de presenciar como cocinaba la receta para el día siguiente. Esto debido a que, en verdad, nadie puede observar el proceso, al ser demasiado fascinante.

Sin embargo, pude escuchar las notas musicales combinándose en la cocina, que estaba separada por una pared del recinto donde Madam Truffle me había pedido esperar. Si así lo hacía, tendría el honor de probar la nueva creación de Madam Truffle, una nueva tarta de sabores inigualables, y sería el primero en hacerlo; antes de ser dispuesta a los habitantes del calmado pueblo.

Y así lo hice, esperando con una viva emoción y, en todo momento, oyendo y deleitándome con la melodía, que era audible sobre toda la cocina y llegaba a donde me hallaba.

Era una tonada alegre, curiosa a la vez, que describía, casi a la perfección, el fantasioso proceso creativo de Madam Truffle. Imaginé los pasteles de menta, y el jarabe de chocolate, deslizándose como escarcha para darles ese toque especial.

Estrepitosamente, escuché el quejido de los violines que fueron interrumpiendo la canción feliz; otra melodía que venía bajando, de las escaleras, de la habitación oculta de Madam Truffle.

La pequeña orquesta iba acrecéntandose cada vez más. Ya no eran violines apacibles y descriptivos, al son de sus manos; sino que marchaban tristes, anunciando un temible misterio.

Me levanté y caminé hacia arriba, para tratar de averiguarlo... Madam Truffle no me escuchó. Mis pasos eran reservados sobre el crujido de la escalinata.

Encima, visualicé una bruma de estrellas, negra, que daba paso a la puerta del cuarto. Giré la perilla... Allí, la tristeza era cantada por los contrabajos apesadumbrados, y entonces vi la cama acolchada de Madam Truffle, y una ventana, a forma de abatido tragaluz; y recordé el funesto secreto de ella...

Mi corazón palpitó, y mi rostro se contristó, ya que mis lágrimas lograron caer sobre la caja escondida debajo de la cama.

No estaba listo para abrirla, y contemplar el impenetrable enigma que sacaba a la luz la verdad de Madam Truffle... que en realidad su vida era una miseria, y que esa felicidad por las mañanas... ¿sería simple ilusión y se alimentaba de las risillas de los niños y niñitas?

La música cesó.

Desperté solamente cobijado abrigado por el techo oscuro de mi desolada habitación, recordando el sueño, y apenado por lo que estuve a punto de hacer. Me senté a la oscuridad de una luna invisible y, temblando de frío, rompí en llanto.


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