(cuento probablemente escrito en enero de 2019; mejorado a partir de un borrador rescatado)
Caminaba confiado, y a paso certero, por entre las calizas vertientes que se me ofrecían a mitad de los grandes montículos de roca sedimentaria de la formación geológica de Williamsville, en Ontario, Canadá.
Esa mañana, desde muy temprano, me había decidido a salir a dar un pequeño paseo, como parte de mis habituales prospecciones matutinas en busca de algo interesante; o ya fuera por mera curiosidad, atento a lo que las rocas tuvieran que decirme; y para despejar mi mente.
En mis paseos, me gustaba jugar con la imaginación, transportándome a la isla de Gotland; en donde podía contemplar las espectaculares formaciones del Silúrico, los "gigantes de piedra", de casi diez metros de altura; que permanecen indemnes a lo largo de sus costas.
Aunque mi rutina acostumbrada consistía en salir desde casa muy temprano por la mañana, siempre procuraba asistir cuando el trino de las aves ya estuviera allí presente para terminar de refrescarme; o asegurándome de que el rocío cristalino de la noche anterior ya estuviera despabilado sobre las hojas de las hierbas.
El ambiente era yermo y algo desolado; el día nublado, gris, con algunas gotitas de llovizna cayendo sobre mis hombros de cuando en cuando; pisando sobre un suelo cubierto por rocas sueltas y de consistencia frágil, igualmente gris.
Luego de abalanzarme sobre algunos promontorios de roca lutita en los que se depositaban yacimientos correspondientes al periodo Silúrico, y quedar una vez más sorprendido, decidí adentrarme más allá, sobre el suelo empapado de agua de lluvia de la noche de ayer; hacia el bosque.
No era la primera ocasión que decidía meterme hacia allá, pero esta vez había decidido tomar una vía distinta a la usual para acceder.
Tras atravesar un desconocido pasillo que se abría paso entre dos grandes rocas que me superaban en altura, divisé el conjunto de verde maleza y el bosque que se abría allá abajo; pero entonces di un paso en falso y resbalé por culpa del lodazal que me abría entrada.
Luego de ese paso accidentado, fui cayendo a través de una escurridiza resbaladilla de lodo, que me fue aporreando conforme me daba contra las filosas rocas del camino; hasta que una de ellas terminó por golpearme la cabeza y me dejó inconsciente.
Al despertar, tardé unos cuantos segundos, primero, en darme cuenta de que había sucedido -y asegurarme de que no había perdido la memoria-; y segundo, en sorprenderme ante el árido y cambiado escenario del que ahora era espectador.
Todavía arrodillado, miré que el bosque húmedo adelante había desaparecido: los arces, los fresnos y los abedules ya no estaban allí, sino que una llanura, si así puedo denominarla, un terreno estéril, bajo y blancuzco, de feas piedras, casi transparentes, se alzaba sobre todo lo visible.
Más allá, hacia el horizonte, a donde levanté la vista, un Sol apagado y triste, se izaba a lo bajo, entre brumas mortecinas, casi moribundas, que quién sabe de donde provenían. El cielo pobre, amanecía con matices igual de espantosamente afligidos.
Luego de ponerme de pie, advertí que me hallaba todavía ensuciado de lodo; pero este ya estaba seco, por lo que no tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido.
Detecté que el suelo bajo mis pies estaba empapado de agua, pero que no había pasto ni hierbas; en su lugar, la tierra blanca lo cubría todo, conformando una especie de rara mezcla edáfica.
Las rocas también desprendían un color bastante blanquecino, lo cual terminó por generarme un miedo inexplicable. Un pequeño lago de agua cristalina despedía sus vapores en medio de toda aquella seca tierra, lo cual llamó muchísimo mi atención.
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Alucinaciones, pesadillas y otras historias
TerrorEl título de esta colección lo dice todo. Cuentos de relleno, perturbadores y ciertamente extraños, escritos en diferentes tiempos. Algunos de ellos fueron enviados ingenuamente a diversos certámenes de escritura. Hoy entiendo que fueron desaciertos...