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Talia caminaba con una elegancia color crema, su postura impecable y su rostro reflejaban una belleza exótica, con rasgos finos que delataban su herencia árabe. Sus ojos verdes, profundos y calculadores contrastaban con el cabello oscuro que caía liso, suavemente agitado por el viento que la rodeaba. Cada uno de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, rápidos pero gráciles, una combinación de fuerza y ​​sutileza. A su lado, su hija, Athanasia, seguía sus pasos con la misma firmeza y control, aunque su expresión era mucho más fría y severa.

Atanasia, viva imagen de su madre en muchos aspectos, poseía su misma elegancia y porte, pero su semblante, rígido y distante, dejaba claro que había en ella una dureza que superaba a la de Talía. Mientras caminaba, la joven enarcó una ceja con leve incomodidad.

—¿A dónde vamos? —preguntó con curiosidad y desconfianza en su tono, pero su inquebrantable obediencia a su madre la mantuvo en movimiento.

—Conocer a alguien —respondió Talia enigmáticamente, con la mirada fija en una puerta al final del pasillo. Al llegar, la mano de Talia dudó un breve instante antes de abrir la puerta, algo que no pasó desapercibido para Athanasia.

Al entrar en la habitación, la sorpresa de Athanasia fue casi imperceptible, pero Talia, con su control habitual, ocultó cualquier indicio de emoción. Ante ellas, una incubadora reposaba en el centro de la habitación, emitiendo un ligero brillo. En su interior, flotaba un pequeño bebé, rodeado de un líquido que mantenía su cuerpo a salvo y en desarrollo.

Athanasia observó al bebé con atención. Su piel tenía un tono que no esperaba, recordándole vagamente el color de piel de aquella “estúpida mitad alienígena”, como lo llamaba en su mente Jon Kent, hijo de Superman y amigo íntimo de su hermano Damian. Los suaves rizos del pelo del bebé flotaban en el líquido, y aunque parecía tan pequeño y frágil, sus ojos estaban abiertos, observándolos con una intensidad inquietante. Era como si, a pesar de su condición, el niño ya tuviera una conciencia más avanzada de lo que debía.

—Moro... —comenzó Athanasia, tratando de procesar lo que veía.

—¿No es perfecto? —interrumpió Talia, acercándose aún más a la incubadora y presionando suavemente su frente contra el frío cristal. Había un brillo de orgullo en sus ojos mientras miraba al pequeño bebé, como si todo lo que había planeado hasta ese momento se manifestara ante sus ojos.

Harry, o al menos era lo poco que recordaba, tan solo su nombre; Harry observaba todo con una mezcla de desconcierto y curiosidad. Desde que había “despertado” en ese cuerpo de bebé, nada había tenido sentido para él. No entendía por qué estaba atrapado en ese lugar, ni qué había pasado con su vida anterior. A veces, tenía sueños borrosos de una vara de madera, algo que sentía que era importante, pero no podía recordar por qué. Las risas, las voces de otras personas –quizás amigos- eran como ecos lejanos en su mente, y por más que intentaba aferrarse a esos recuerdos, se desvanecían rápidamente.

Miró a la mujer que lo observaba desde el otro lado del cristal. Había algo familiar en ella, pero no sabía qué. Intentó mover los labios, formar palabras, pero lo único que pudo hacer fue dejar escapar burbujas de aire, un gesto que lo frustró profundamente. Se sintió atrapado, indefenso, como si todo lo que alguna vez había sido borrado.

—¿Por qué? —Athanasia no pudo ocultar la incredulidad en su voz. Miró a su madre con una mezcla de desdén y confusión, esperando una respuesta más clara—. ¿Por qué haces esto?

Talia mantuvo la mirada fija en el bebé, una leve sonrisa en sus labios mientras hablaba con la misma calma calculada.

—Es el hijo de Damian, y ese... Superman —dijo con desdén, como si las palabras no tuvieran la menor importancia.

Return to life, in another bodyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora