El gran día

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—Sha estás, linda—dijo la maquillista. ¿Te gusta?

Tabita se miró al espejo, y sonriendo, asintió con la cabeza. Luego, con cuidado, su madre y sus dos amigas la ayudaron a ponerse el corsé y la crinolina del vestido, que parecía el de una princesa de cuento:  era de tul y raso, con delicado encaje en las mangas, la falda y el corsé. Mientras Sandra le colocaba el hermoso velo de tul bordado, Mariana puso en sus manos el fragante ramo de novia, con rosas, orquídeas y casablancas. Las dos amigas y la madre no pudieron contener unas cuantas lágrimas de alegría al ver a Tabita tan bella y radiante.

Y así de bella y radiante entró en la iglesia, del brazo de su madre, hacia el altar adornado de flores para celebrar este importante día. Las damas de honor, Sandra, Mariana, Karina y Manuela, usaban hermosos vestidos magenta y portaban cada una un ramo de rosas blancas. 

Junto al altar, Milei vio entrar a su prometida, y un sinfín de lágrimas de alegría bañaron su cara. Una vez juntos, comenzó la misa. El sacerdote pronunció un conmovedor sermón sobre la importancia de mantener vivo el amor en el matrimonio y, después del rito de los anillos y las arras, bendijo su unión, su nuevo matrimonio y pidió la protección de Dios y el Espíritu Santo para su hogar, finalizando así la ceremonia. 

Sonrisa. Arroz. Caras de seres queridos. Palomas blancas volando por el cielo. El sol dorado bañando con sus rayos a los novios y a los invitados. 

Los nuevos esposos llegaron a la recepción entre gritos y aplausos de júbilo de los invitados. Se sirvió un delicioso banquete, un suculento pastel, hubo música, baile, "birra" y algunos juegos como el ya tradicional lanzamiento de ramo de la novia, el cual le tocó a Karina, quien solamente le siguió el juego a los invitados (¡vos te casás pronto!)

Terminada la gran celebración, los recién casados se trasladaron a una hermosa y pintoresca cabaña en Mar del Plata.

Milei tomó a Tabita en sus brazos para llevarla a su habitación.

—Bienvenida, señora...Rodríguez de Milei.

—Gracias, señor presidente.

Ambos se rieron. Por fin, estaban casados. Y eso ahora significaba algo muy importante...



¡Viva el amor, carajo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora