Capítulo 13

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—Mi sobrino, el joven Thomas Henderson, estará como encargado de la biblioteca y de la clase de Física avanzada. Espero lo reciban de buena manera— anunció el perfecto Henry, iniciando su discurso de bienvenida como cada vez que llegaba alguien nuevo a la escuela.

La sala estaba repleta de murmullos y miradas curiosas. Todos querían conocer al "nuevo". Thom sonrió con esa sonrisa encantadora que ya se había ganado el corazón de varias personas en tan poco tiempo. Un par de oyuelos se formaron en sus mejillas, y se escucharon algunos suspiros en la audiencia.

—Jefe... no pongas esa cara— susurró Emile a Damian al ver su expresión de incomodidad.

Damian apenas le prestó atención, seguía con los ojos fijos en Thom. Hace algunas noches, lo había visto salir de la casa de sus padres. Había sido una escena amistosa: su madre y su hermano lo despidieron con una sonrisa mientras Thom les estrechaba la mano. Algo no estaba bien. ¿Qué hacía él en su casa? La incomodidad se le estaba clavando más hondo con cada día que pasaba.

—Espero que me traten bien— dijo Thom al final del discurso, sonriendo de nuevo a la multitud. Un par de chicas suspiraron en respuesta, encantadas por su presencia.

—Tienes tanta suerte, Anya. Él es muy guapo— susurró Becky a su amiga, que parecía estar completamente distraída viendo unas ardillas saltar de un árbol a otro fuera de la ventana.

Damian, al escuchar eso, apretó los labios. Sentía como si un nudo se le estuviera formando en el estómago. Sin decir nada, apartó la mirada, cada vez más incómodo.

Todos comenzaron a salir de la sala una vez que terminó la junta de cada lunes. El salón quedó vacío en pocos minutos, pero Damian permaneció, mirando su libreta, llena de notas y la agenda con los partidos de tenis que se aproximaban. Hubiera querido tener tiempo para irse de la ciudad, tal vez a la playa o alquilar una cabaña durante el invierno, pero ahora todo parecía girar en torno a la competición, las clases y... Anya.

—Segundo— la voz de Anya lo sacó de sus pensamientos. Estaba parada en la puerta, con mechones sueltos cayendo sobre su rostro y una expresión suave. Él levantó la vista y sus ojos se encontraron.

—Anya...— respondió, con la voz más suave de lo que esperaba.

—Deberías ir a desayunar algo, hoy tienes tu juego de tenis, ¿no?— Anya caminó hacia él y tomó una bolsa de chocolates que había olvidado en el asiento, sosteniéndola en sus brazos. —El tuyo es después del mío. No tendré mucha audiencia con Becky compitiendo al mismo tiempo que yo— dijo con una pequeña risa.

Damian la miró por un segundo más, antes de responder, sintiendo una extraña calidez al verla sonreír.

—Sí, pero aun así, espero que ganes— le respondió con una media sonrisa.

—También espero que ganes, Damian— le dijo ella, mientras salía del salón. Damian esbozó una sonrisa leve al verla desaparecer por la puerta.

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El vestuario estaba en silencio, solo el sonido del roce de la ropa al ser ajustada llenaba el espacio. Damian se preparaba para su partido, con la mente dividida entre sus pensamientos sobre Anya y la inquietud que sentía hacia Thom.

—Damian— la voz de Thom rompió el silencio. Estaba parado frente a él, con su raqueta en la mano y una sonrisa algo desafiante.

Damian lo miró sin decir nada, notando la seguridad que emanaba Thom.

—Parece que tu competidor no llegará, así que me asignaron para que juegue contra ti— comentó Thom, ajustándose la muñequera.

—Perfecto— respondió Damian con frialdad, cerrando su bolso sin mirarlo directamente.

—Solo hay una condición— continuó Thom. Damian frunció el ceño y lo miró de reojo, esperando a que continuara. —Si gano, dejarás a Anya en paz— dijo Thom, su tono amistoso ocultando una clara advertencia.

Damian lo miró con los ojos entrecerrados.

— No tengo nada que ver con Anya, lo sabes— respondió Damian, con la voz baja pero firme.

—Oh, claro. Pero tal vez esto te refresque la memoria— Thom sacó una foto del bolsillo de su chaqueta, la misma foto que Damian había escondido hace tiempo, la que le recordaba esos días de festival con Anya.

Damian se quedó helado.

—Hace unas noches fui a cenar a tu casa. Tu madre estaba buscando unas fotos de viejos campamentos y encontró una caja llena de recuerdos. Esa foto estaba ahí— Thom sonrió con suficiencia. —Lo justo es que, si ahora estás con Isabelle, me dejes el camino libre con Anya.

Damian sintió un nudo de rabia y desconcierto en el estómago. Antes de responder, apretó los dientes y cerró el puño. "¿Qué demonios pretende este tipo?"

—Juguemos— fue lo único que dijo Damian, mientras se dirigía a la cancha con la mirada oscurecida.

El partido comenzó con intensidad, ambos luchaban con todo. La competencia entre Thom y Damian no era nueva, se conocían desde los campamentos y habían sido rivales en varios torneos juveniles. Los puntos se acumulaban, y cada movimiento en la cancha parecía cargado de tensión.

Finalmente, el juego terminó en empate. Ambos respiraban con dificultad, pero se mantuvieron firmes, intercambiando miradas de rivalidad.

Thom se acercó a Damian, secándose el sudor de la frente y con una media sonrisa en los labios.

—Parece que ninguno salió ganando— dijo, con voz suave pero cargada de subtexto. Luego, se inclinó un poco más hacia él y añadió: —Supongo que eso significa que tendremos que competir por Anya... Aunque, claro, tú ya tienes un compromiso con Isabelle, ¿no? Eso me deja en ventaja, ¿verdad?

Damian sintió cómo la sangre le hervía en las venas, pero no dijo nada. Thom lo miró un segundo más antes de darle una palmada en la espalda y alejarse, dejando a Damian solo en la cancha, con la sensación de que algo se estaba escapando de su control.

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Anya había terminado su partido también y, para sorpresa de todos, ganó el tercer lugar. Estaba sudada y cansada, pero una sonrisa de orgullo iluminaba su rostro.

—¡Anya, lo lograste!— gritó Becky desde la grada, corriendo hacia ella con entusiasmo.

Antes de que pudiera responder, Thom apareció de la nada y la envolvió en un abrazo, levantándola ligeramente del suelo. Anya se sonrojó instantáneamente, sin esperarlo. Becky soltó una pequeña risa por lo inesperado de la situación.

Damian, que estaba a unos metros, los vio. Sus ojos se entrecerraron, y un malestar que no pudo controlar comenzó a arder en su pecho. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó de la cancha, sintiendo el peso de la rabia y los celos en cada paso que daba.

Sombras del corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora