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Lo que continuó de la actividad se podría decir que no le pusieron mucho empeño luego de que Hyeyoon dió por primera vez en el centro del blanco. Estaba tan emocionada que alardeaba de eso con Jungwon, quién la escuchaba atentamente mientras disimulaba estar concentrado en la puntería de su flecha.
Emprendieron el camino para volver al interior del castillo para así prepararse para un exquisito almuerzo con los reyes, mientras que el castaño contaba que prefería otras actividades antes que el arco y flecha, algo que Hyeyoon no dudó en destacar y mencionarle que tuvieron una segunda coincidencia.
Llegando a la puerta de entrada, la pelinegra se vió obligada a detener el paso cuando sintió que su vestido estaba atorado en uno de los arbustos, suspiró levemente y con suavidad lo sacó.
- Espere, su majestad - soltó Jungwon con rapidez y Hyeyoon no dió un solo paso, mirándolo con extrañeza.
El castaño notó como un hilo aún seguía enganchado con una de las ramas y se acercó enseguida a soltarlo.
- No lo había notado, gracias, príncipe Yang - agradeció junto a una leve reverencia y el nombrado se le devolvió sin compromiso.
- No hay de qué -
- Princesa Lee - llamó Yuna - Su vestido para el baile de máscaras está en su habitación para que se lo pruebe -
- Perfecto Yuna, gracias por el aviso - sonrió la princesa gustosa.
- ¿Puedo saber el color de su vestido, su majestad? - consultó con sus manos detrás de su espalda. La chica lo pensó por unos segundos y negó con la cabeza.
- Será un color frío, eso es lo único que puedo decirle - respondió - Lo veré en el almuerzo, con permiso -
Se despidieron con una pequeña reverencia y cada uno se dirigió a caminos opuestos para prepararse a la siguiente actividad, pero esta vez lo esperaba con ansias, algo que por un lado le resultaba agradable, pero por el otro la hacia sentir confusa y temerosa.
Ignoró aquellos pensamientos cuando escuchó una característica melodía transmitida por un violín que ella solo conocía, se acercó a pasos lentos a la sala de música que se encontraba cerca y observó a su madre frente a la ventana, concentrada y metida en su propio mundo.
Sonrió al notarla menos pálida y con ojeras menos oscuras, su brillo nuevamente estaba apareciendo y eso le generaba un tipo de calma en su corazón, porque aunque a veces no se podían llegar a entender, su vínculo era único e irremplazable.
