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Ran caminaba sereno y solitario, después de haber estacionado su coche, dirigiéndose a su casa en el atardecer. Salió de sus pensamientos, al ver un rostro familiar enfrentándolo. Se trataba de alguien que no creyó volver a ver por aquellos rumbos, y una oleada de emociones se mezclaron en su corazón. Y antes de poder pensar en cómo se sentía realmente, el chico frente a él, avanzó hacia él.

Se trataba de Kawata Nahoya, el chico al que no podía olvidar. Pero ahora lo tenía parado frente a él, afuera del edificio en donde vivía y sosteniendo una rosa en su mano diestra, la cual le entregó, sin decir una palabra, extendiendo su brazo hacia él. Ran tomó la flor en confusión, y se vio incapaz de decir algo.

—Ran, vine a pedirte perdón—Anunció Smiley—Perdón por haberte dejado y por haberte abandonado. Nunca pensé que te dolería tanto. Ni siquiera pensé en ti. Yo... fui extremadamente egoísta—Su voz comenzó a quebrarse—Verás, no es excusa, pero tu padre... tu padre me ofreció mucho dinero si te dejaba. Necesitaba ese dinero. Pude habértelo pedido, pero no quería pedirte ayuda. Luego me sentí avergonzado de verte otra vez. Pero siempre, siempre te he querido—Lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas—Lo siento, Ran, en verdad lo siento—

Ran, sin decir nada, se acercó al otro chico y lo abrazó, apegándolo a su cuerpo. Sintió sus sollozos ahogados contra su hombro, y como sus manos se sostuvieron de su cintura.

—No llores, no llores—Dijo con dulzura, a lo que el otro levantó la mirada y dejó de sollozar un momento—No hay de qué disculparse. No me importa que te dijo mi padre amargado, no te culpes por eso. No es tu culpa que ese vejestorio no acepte a un hijo homosexual y pandillero. No me pidas perdón, no tienes por qué—Declaró—¿Quieres volver a ser mi novio?—

El otro chico rió, y le respondió con una afirmativa.

—Sí, idiota, no me has dejado de gustar—

Se unieron entonces en un beso que ambos habían anhelado durante mucho tiempo.

—Extrañaba besarte—Confesó Nahoya sonriendo

—Yo también—Respondió Ran—Pero ya cállate y sigamos besándonos—

Volvieron a unirse en un beso, más desesperado que el anterior. Así pasó un buen tiempo, hasta que se separaron, regresando a la realidad.

—Quédate en mi casa hoy—Solicitó Ran

—No puedes estar ni un segundo lejos de mí, ¿cierto?—

—Tú tampoco, tonto—

—Está bien, está bien, vamos—

Así que, fueron a la casa de Ran. 

El secreto de los hermanos HaitaniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora