Contrato de muerte

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—¡Mariale, Rosalba, venga a poner la mesa que los hombres ya vienen!

Cada día, sobre las doce del medio día exactamente, mis hermanos y padre vuelven del campo a comer. Las mujeres de la casa tenemos que tenerles preparada la comida y atenderlos. Yo me libraba de eso los día de colegio.

Mi madre, al igual que mi cuñada Rosalba, se convirtió en la mujer de mi padre a los quince años. Mi abuelo, que espero se esté pudriendo, concertó su matrimonio con mi padre. Mi abuelo era un patán maltratador como mi padre, por eso los dos se cayeron bien.

Es una mujer hermosa, solo que su belleza se ha visto apagada por tantos años de sufrimiento; admiro su fortaleza, pues en su lugar yo ya habría quedado loca.
Como un huracán entran en casa los hombres del rancho. Raúl se acerca a Rosalba y la besa con pasión agarrándole las nalgas. A mi esta escena me da asco y pena a la vez, pues todos sabemos que mi hermano anda revolcándose con la hija del vecino.

—¡Mujer! —mi padre entra en escena pisando fuerte -¡Traime una michelada y rapidito, pues!

Mi madre, como alma que se lleva el diablo, corre a buscarle la bebida a mi padre.

—¡Y tú escuincla! —me grita —trailes agua a tus hermanos que se mueren de sed.

Yo me lo tomo con más calma y camino a mi ritmo. Llego hasta la pileta de agua, que está en el patio, y lleno una jarra. Camino al mismo ritmo de regreso la mesa.

—¡Condenada chamaca! Vamos a ver si aligeras el paso o te la vas a ganar!

—Papá — Pablo, mi hermano protector lo detiene —comamos en paz.

—¡A mi no me mandes chamaco! —mi padre le pega con el puño en la cabeza — dale las gracias a tu hermano Conchita, que por él de esta te libras.

Los golpes de mi padre ya no me da miedo. No voy a mentir que no me duelen, pero ya no tiemblo cada vez que él utiliza el cinturón o lo que encuentre para pegarme.
Le servimos la comida a los hombres y nos retiramos a comer a la cocina; en esta casa, hombres y mujeres comen por separado. La única ocasión en la que comemos juntos es para los festivos o cuando vienen visita. En esta casa, las mujeres solo hacen compañía cuando están en la cama.

En la cocina estamos mi madre, Rosalba y mis sobrinas Génesis, de cuatro años y Emily de seis. Comemos en silencio, pues nuestras voces molestan a los hombres. De rato en rato, las niñas empiezan a hacer travesuras y a reírse; nosotras nos miramos y sonreímos.

Miro a mis sobrinas con lástima, como me gustaría que ella no tuvieran que vivir desde tan pequeñas el machismo y la violencia. Las pobres muchas veces presencian como su padre pega hasta la saciedad a su madre, cuando este viene borracho o se pelea con Alitzel. Mi hermano nunca les ha mostrado cariño.

—Niñas, comed en silencio por favor...

Rosalba no para de mirar hacía la puerta de la cocina, temiendo que Raúl entrara de golpe y las hiciera callar a la fuerza.

—Si mis niñas, por favor...

Mi madre también estaba angustiada. Ella acaricia la mejilla de la pequeña Génesis. Mi madre no es una mujer que demuestre mucho cariño, pero se que es una mujer llena de ternura. Ella nos enseña a mi y a mi cuñada a ser "unas mujeres de bien" con tal de ayudarnos a evitar vivir momentos como los que le ha tocado a ella. Aunque eso no le ha servido de mucho a Rosalba.

Después de comer, los hombres regresan al campo y nosotras podemos respirar tranquilas. Nos sentamos en el porche de la entrada de la casa cada una ser lo que le gusta. Mi madre tejer, Rosalba dibujar y a mi leer. Las niñas corretean por el jardín de la entrada.

En tierra de hombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora