Marcada

46 12 5
                                    

—Pablo, tienes que ayudarme a escapar...

Pablo y yo estamos en el establo, dando de comer a los caballos.

—Mariale, eso es muy arriesgado...

—¿Prefieres verme sufrir? — me enojo—te lo juro que prefiero estar mil veces muerta, que al lado de ese viejo naco...

— No digas eso manita —mi hermano me abraza—veré que puedo hacer...

Abrazo a Pablo con fuerza, dándole a entender que no quiero que me deje sola. Él me acaricia el pelo con ternura y me besa en la cabeza.

Nuestro momento fraternal se ve interrumpido por mi hermano Juan, alias el chismoso. Solo espero de Dios que no haya escuchado nuestra conversación.

— ¿Porqué no aceptas tu destino y ya Mariale?

Vaya por Dios, el escuincle este si nos ha escuchado.

—Juan como sueltes la sopa - lo amenaza Pablo - te mato.

— Tu no me das miedo güero...

Y el muy cobarde sale corriendo. Pablo y yo nos miramos, imaginado lo que viene a continuación.

Mi padre, acompañado de mis otros tres hermanos y mi madre, entra al establo furioso. Sin decir nada, aparta de un empujón a mi hermano y a mi me saca arrastra del pelo. Llegamos hasta la mitad del patio y me ata al poste de los caballos.

— ¡Arráncale el vestido a la chamaca! - Le ordena a Alfredo.

— Lo siento chavita —me dice mientras me arranca de una sola la parte superior del vestido.

— ¡Ahora si! — Grita mi padre—¡Sabrás lo que es bueno!

Y empieza a darme latigazos; uno, según él, por cada año de cumpleaños. Después del quinto latigazo, me quedo sin fuerzas para gritar. Ahora sé lo que sintió nuestro señor Jesucristo, cuando estaba siendo sacrificado. Miro al suelo derrotada y solo veo la tierra teñida de sangre. Mis ojos se han quedado sin lágrimas, ahora solo deseo la muerte.

Tras el último latigazo, mi padre y hermanos se retiran satisfechos. Mi madre corre con una manta para taparme y Pablo me desata y me coge en brazos. Me lleva cargada a mi habitación y me sienta en la cama, ahora mismo siento como si me hubiesen sacado el alma del cuerpo.


—¡Ay mija!—Mi madre llora desconsolada—¡Perdóname!


Yo no digo nada, hasta las palabras han abandonado mi cuerpo. Rosalba entra con una tina de agua y unos pañuelos; entre ella y mi madre me curan las heridas.


Mi cuñada me pone con cuidado una bata y Pablo me ayuda a acostarme en la cama. Me arropa con la sábana y pone su frente sobre la mía. Una lágrima silenciosa se mezcla con las mías, Pablo me coge una mano y me la acaricia.


— Mi Mariale - dice sollozando— te prometo que haré lo posible, por sacarte de este infierno...


Cierro mis ojos y lloro ¿Para qué vine a este mundo? ¿Qué he hecho para merecer este sufrimiento? ¿Porqué me hiciste nacer en esta tierra de hombres? Entre lágrimas y preguntas cierro mis ojos hasta quedarme dormida.


🇲🇽🇲🇽🇲🇽🇲🇽


La tenue luz del sol, que se cuela por las cortinas, me despierta. Hace calor, pero yo me siento fría; como una muerta en vida. Trato de levantarme pero me duelen las heridas. Lo bueno de todo esto es que el único momento en el cual mi padre me deja tranquila.


Mi madre me trae el desayuno a la cama. Para animarme, me ha preparado mi comida favorita: Enmoladas de pollo.

— ¿Te duele mucho, mija?

En tierra de hombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora