Capitulo #12

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~ Buscar una solución~

Corrimos por el pasillo, el sonido de nuestros pasos resonando en el silencio del orfanato. La masa oscura nos perseguía, su movimiento lento pero implacable.

De repente, Sebastián se detuvo en seco, su rostro lleno de sorpresa.

-Mika, ¡mira! -dijo, señalando una puerta al final del pasillo-La oficina del director.

No lo había notado en medio del pánico, pero la puerta de la oficina del director estaba abierta. Y en ese momento, comprendí que habíamos llegado al lugar donde se encontraban los registros.

Sin perder tiempo, entramos en la oficina. El polvo cubría los muebles, y los papeles estaban esparcidos por el suelo. Pero en medio del caos, pude ver un gran escritorio de madera oscura, y sobre él, un libro encuadernado en cuero.

Los registros! -dije, mi voz llena de esperanza.

Sebastián asintió, su mirada recorriendo la oficina con cautela. -Espero que encontremos algo útil.

Lincon, con un suspiro de alivio, se sentó en una silla. Su cuerpo temblaba, y su rostro estaba pálido.

-No puedo creer que hayamos llegado hasta aquí -dijo, su voz llena de cansancio.

-Lo sabemos, Lincon -dije, acercándome a él- Pero aún no hemos terminado. Tenemos que encontrar la verdad.

Sebastián abrió el libro, y sus ojos se agrandaron al ver su contenido.

-Esto es... -dijo, su voz llena de asombro- Esto es increíble.

El libro estaba lleno de nombres, fechas y notas. Era un registro de todos los niños que habían pasado por el orfanato y de los experimentos que se habían realizado con ellos.

En ese momento, comprendí que habíamos encontrado la verdad. La verdad sobre el orfanato, la verdad sobre los hombres sin rostro, y la verdad sobre nosotros mismos.

Sin embargo, la tranquilidad de la oficina se vio interrumpida por un sonido que nos heló la sangre. Un crujido seco, como el de las ramas rompiéndose bajo un peso considerable, resonó en el pasillo.

-No... -susurró Sebastián, su rostro pálido- Es él.

La puerta de la oficina se abrió de golpe, y una figura monstruosa entró en la habitación. Era una masa amorfa de oscuridad, más grande que cualquier hombre, sin rostro pero con varias manos que se extendían como garras. En su cuerpo, se podían ver rostros y almas atrapadas, gimiendo y suplicando por su liberación.

Corran! -gritó Sebastián, y los tres salimos corriendo de la oficina, con la masa oscura pisándonos los talones.

La oficina se llenó de un silencio sepulcral, roto solo por el sonido de nuestros pasos y el crujido de la masa oscura que se movía por el pasillo.

Corríamos con todas nuestras fuerzas, pero la masa oscura era más rápida. Sus manos, como garras, se extendían hacia nosotros, tratando de atraparnos.

De repente, sentí un dolor punzante en el pie. Miré hacia abajo y vi que estaba cubierto de insectos. Eran pequeños, negros y con una sed insaciable de sangre.

Mika! -gritó Sebastián, su voz llena de preocupación-¿Estás bien?

-Sí, estoy bien -dije, tratando de quitarme los insectos de los pies-. Pero estos insectos...

No pude terminar la frase. Los insectos se habían extendido por todo mi cuerpo, mordiendo y picando con una ferocidad aterradora. Sentí como si me estuvieran devorando viva.

Mika! -gritó Lincon, su voz llena de horror- ¡Tenemos que hacer algo!

Sebastián se detuvo en seco, su rostro lleno de desesperación. -No podemos seguir corriendo. Tenemos que hacer algo para detenerlos.

Miré hacia atrás y vi que la masa oscura se acercaba. Sus manos se extendían hacia nosotros, y sus rostros atrapados en su interior nos miraban con una mirada de odio.

Pero no solo la masa oscura nos perseguía. Los insectos, como una plaga viviente, se habían extendido por todo el pasillo, atacándonos sin piedad.

Debemos encontrar un lugar a salvo! -dije, mi voz llena de determinación- No podemos quedarnos aquí.

Sebastián asintió, su rostro lleno de esperanza. -Sí, tienes razón. Tenemos que encontrar un lugar donde podamos defendernos.

Los insectos se habían extendido por todo mi cuerpo, y el dolor era insoportable. Sentí como si mi cuerpo se estuviera desintegrando.

Mika! -gritó Lincon, su voz llena de desesperación- ¡No te rindas!

-No lo haré -dije, mi voz llena de determinación- Encontraremos la manera de detenerlos.

En ese momento, comprendí que no estábamos luchando solo contra la masa oscura, sino contra una fuerza mucho más grande. Una fuerza que se alimentaba del miedo y la desesperación.

Y nosotros teníamos que encontrar la manera de vencer el miedo. Recorrimos la mirada para buscar primero un lugar seguro.

La idea del sótano nos llenó de una esperanza tenue, como una llama parpadeante en la oscuridad. Era un lugar oscuro y húmedo, pero ofrecía la posibilidad de escondernos de la masa oscura y los insectos.

Corrimos hacia las escaleras que descendían al sótano, la desesperación nos impulsaba. El sonido de nuestros pasos resonaba en el silencio del orfanato, mezclándose con el crujido de la masa oscura que se acercaba.

Los insectos, como una nube negra, nos perseguían, mordiendo y picando sin descanso. Sentí como si mi cuerpo se estuviera desintegrando; cada picadura era una punzada de dolor que me recorría la médula. Llegamos a las escaleras, pero la puerta del sótano estaba cerrada. Sebastián intentó abrirla, pero estaba bloqueada.

-¡No podemos perder tiempo! -gritó Lincon, su voz llena de desesperación.

-Busca otra entrada, Lincon -dije, mi voz apenas audible por el dolor- Yo intentaré abrir esta puerta.

Sebastián, con un esfuerzo sobrehumano, comenzó a patear la puerta. El sonido de los golpes resonó en el silencio del orfanato, atrajo la atención de la masa oscura.

No! -grité, mi voz llena de terror- ¡No te detengas!

La puerta se abrió de golpe, y la masa oscura entró en la habitación. Sus manos, como garras, se extendían hacia nosotros, tratando de atraparnos.

Corran! -gritó Sebastián, y los tres salimos corriendo hacia el sótano, con la masa oscura atrás de nuestra espalda.

La oscuridad del sótano nos recibió como un manto protector. Bajamos las escaleras a toda velocidad; la masa oscura seguía nuestros pasos, su presencia se sentía como un aliento frío en la nuca.

Llegamos al fondo de las escaleras y nos encontramos en un espacio reducido y polvoriento. El olor a humedad y a tierra nos envolvió, pero en ese momento, no nos importaba. Estábamos a salvo, por lo menos por ahora.

¿Es una pesadilla o una realidad? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora