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Debía ser una estúpida coincidencia que el día magnifico, del que había tenido ya tantas noches alucinando, se convirtiera rápidamente en una gran pila de mierda.

Se convenció de que no podía ser tan malo. Cuando el camión se averió en el medio del camino y le explicaron que lo más seguro era que le llevarían sus pertenencias en el siguiente día, pudo confiar en que sería una mala noche, y nada más que eso, pero cuando le informaron que no tenía reparación y que terminarían llegando el lunes por la tarde creyó que era una puta broma.

Abrió la ducha el domingo por la noche y se dio cuenta que el calentador estaba descompuesto, obligándose así a disfrutar de un baño helado que lo hizo maldecir con todas las palabras altisonantes que se sabía.

Supo que lloraría sangre al descubrir que no había empacado un traje en su gran maletín, y que tendría que lavar a mano las prendas que llevaba puestas, pues eran lo más formal que tenía; una camisa blanca y un pantalón de mezclilla semiformal. Hizo su mejor esfuerzo al exprimir las prendas al máximo posible para que se secaran a la brevedad, y rogó a todo el que lo escuchara para que estuvieran listas al día siguiente, ayudándose del único gancho que tenía para que la camisa se planchara sola.

A la mañana volvió a maldecir el uso de la ducha fría, mordió un pan medio quemado y salió con su termo de café dispuesto a conquistar el mundo, recordándose que estaba ahí por un bien mayor, y que la satisfacción de demostrarle a su pendejo jefe que podía ser el mejor elemento en la organización policial era el principal motivo para despertarse.

Se acercó a su auto y casi lloró de frustración al percatarse que había olvidado llenar el tanque de gasolina, y que muy probablemente eso lo haría quedarse a mitad de camino. No sabía bien cómo llegar, no había tenido la oportunidad de ocuparse de las cosas visiblemente importantes como conocer de cabo a rabo el vecindario, y ahora su único consuelo era tener acceso a la red telefónica para ubicarse vía satelital por el mapa y encontrar las paradas de autobús que lo llevarían a su nuevo lugar de trabajo.

Agradecía no ser un idiota que va por la vida sin dinero en efectivo, e intentó ser de lo más cortés con cada nuevo personaje que desbloqueaba en su camino, guardándose la rabia de ser el único imbécil en el autobús que no tenía un asiento, mientras todos los demás se comprometieron a no bajar hasta que él hizo el amague de hacerlo.

Sonrió a pesar de todo y se acercó decidido con una grata expresión de agradecimiento a la vida, cruzando la avenida y avanzando con precisión hasta que abrió la puerta para que una linda mujer entrara al establecimiento, a la par de un imbécil que salía sin mirar a donde lo hacía, provocando que su termo resbalara de sus manos hasta dejar que el oscuro néctar le manchara la camisa, su única camisa limpia.

Mierda.

Siempre llevaba una extra, correctamente doblada y planchada para ocasiones como esa donde solo era necesario caminar de vuelta a su auto para cambiarse. Sí, esa misma que olvidó que tenía para emergencias, y que quizá ahora mismo estaría siendo de amplia ayuda para él.

Se limitó a sonreír, una vez más, y solo atinó a abrocharse la chamarra impermeable de ligera tela, mirando con las mejillas enrojecidas a la mujer de brillantes ojos café que se disculpó y salió de su campo de visión. Tomó un suave respiro antes de entrar directamente al caos, frunciendo el ceño cuando se encontró de frente con el movimiento errante de tantas personas enloquecidas.

Pilas de papeles, números en notas, grandes primicias de los más crueles asesinatos y teléfonos rebozando de llamadas sin responder. Sus ojos confundidos viajaban de rostro a rostro, encontrando el patrón interesante de personas que han perdido la cordura con cada maldito minuto que pasaba en ese jodido lugar.

Se preguntó si él tendría el mismo destino cruel, y caminó resignado por el amplio mostrador hasta que divisó a la misma mujer a la que le dio el paso mirarlo con una impresionante sonrisa.

–¿En qué puedo ayudarte?

–Soy Roier De Luque, trabajaré aquí desde hoy. —imitó su sonrisa.

–Oh... —se limitó a decir ella.

La vio rebuscar entre un gran archivero, y con habilidad sacó de él un folder rojo con un clip de donde colgaba una credencial.

–Aquí tienes, Roier. Espero que tengas un excelente día. —se lo ofreció. –Debes ir por este pasillo hasta el fondo, es la oficina del jefe.

–Gracias, deseo lo mismo para ti, nos vemos más tarde. —se rio, acariciando levemente sus dedos al despedirse.

Se dio la vuelta antes de apreciar el sonrojo evidente de la dulce muchacha, como sabía que ocurriría, y luego miró con una sonrisa socarrona el documento que lo presentaría en aquel lugar, sin poder frenar la dulce grosería que salió de entre sus labios.

–¡Puta mierda! —gritó, intentando detenerse.

Habían escogido la foto más horrenda, asquerosa y borrosa del mundo, ni siquiera su rostro perfilado hacía aparición en aquella foto inmunda. Su nariz cincelada parecía aplastada y las sombras resaltaban los lugares incorrectos, sintiéndose asqueado con su propia fotografía.

Iba a matar al primer cabrón que se pusiera en su camino, quería estrangular al primer idiota que se le cruzara y pidió al cielo que valiera totalmente la pena, pero mantuvo el perfil bajo cuando reconoció a su nuevo jefe saliendo de su oficina con su asistente al lado dándole toda clase de datos a tal velocidad que por un momento creyó que no era humana.

Se detuvo frente a él y le sonrió, pero una vena en su frente saltó cuando lo ignoró y dio la vuelta, dejándolo con la mano estirada en un saludo tenso que se esfumó en el primer instante.

Recuperó el aliento el tiempo suficiente antes de decidirse a no volverse loco en su primer día allí, así que solo avanzó detrás suyo mirando a sus nuevos compañeros perder rápidamente la cabeza siendo apenas lunes.

Lo siguió como un perro, habiendo dejado ya a la asistente atrás, y no paró hasta que el hartazgo en su voz se hizo presente.

–Me encantaría saber por qué demonios estás siguiéndome, sabiendo que posiblemente pueda volarte los sesos en un segundo. —masculló, sin girar el rostro más que un centímetro.

–Quizá porque necesito saber cuáles son mis funciones aquí, señor. —obvió, con un claro tono de condescendencia.

El hombre se giró para enfrentarlo, frunciendo el ceño de inmediato ante su incapacidad de reconocerlo.

–¿Y quién carajo se supone que eres?

–Oficial De Luque, por supuesto. —sonrió.

Pareció que una chispa se encendió en los ojos azules del hombre, y luego una sonrisa de burla pura se dibujó en su rostro antes de dar paso a una sonora carcajada que lo descolocó en un segundo.

–Bueno, he de admitir que esperábamos a un hombre cano, de cansadas facciones y ojeras, no a un muñequito de aparador. —se rio. –La foto no fue una buena toma, te lo advierto.

La misma vena en su frente saltó por segunda vez en el día, mintiendo su mejor sonrisa amable antes de responder con su veneno mortal.

–Me alegra tener mejores impresiones, es más satisfactorio que les guste por mi bello rostro. —se paró lo más recto que pudo.

–No me agradarás hasta que me demuestres de lo que eres capaz. Aquí no vendrás a hacerte el bonito, así que más te vale que lleves ese ego a distraerse en tu nueva oficina, la reconocerás, la adornaron para ti. —sonrió con ruindad. –Y es que por tu foto de identificación creía que eras solo un niño más.

Roier se quedó con las palabras en los labios antes de ver a Philza, su jefe, alejarse con un cigarro en sus manos.

Pendejo. 

Retorcido / GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora