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Sabor férreo, piel sudada y manos temblorosas.

Cuando despertó sintió que algo estaba mal, pero se convenció de que todo estaba bien. Sus pesadillas habían vuelto y el dolor de cabeza lo partía al mínimo movimiento.

Intuyó que no era una de sus mejores ideas tomar tanto vino si no era tolerante al alcohol, pero creyó que su acercamiento con el detective pudo tener algunos buenos resultados.

Se desperezó, pasándose las manos por la cara para descubrir la humedad en sus labios.

Era sangre.

Se levantó despacio hacia el cuarto de baño y suspiró triste cuando vio su reflejo. Limpió lentamente con un trozo de papel para encontrar la herida provocada en su periodo de mayor vulnerabilidad. Hacía muchos años que no le pasaba, pero recordaba esas veces donde en sus pesadillas se mordía los labios para no gritar, haciéndose un ovillo para esconderse del mal.

No era consciente de que se lastimaba a sí mismo, y despertaba con todos esos resquemores que aquejaban su febril cuerpo consternado.

Colocó ungüento en la herida cuando terminó de bañarse y se arregló, intentando recordarse no comer nada hasta que no se absorbiera la gran parte. No era problema, se le había hecho tarde otra vez, y supo que su único alimento sería su termo con café caliente.

Era raro, pero no tenía apetito. El remanente del alcohol lo hacía resistente a sus necesidades, así que no se preocupó cuando no quiso buscar bocado y salió hacia su auto para llegar a la comisaría.

Del otro lado de la ciudad el olor a carne inundaba otras fosas nasales.

Un cuchillo profesional cortaba hábilmente pedazos de carne fresca, disfrutando de la tibia sensación del músculo en sus dedos.

Se deleitó con el procedimiento conocido, cortando aquí, rebanando allá. Dejando la proteína marinar en salsa de soya, ajo, cebolla y sal. Salcochando los brócolis y añadiendo una cucharada de caldo de pollo en polvo, para dar un sabor más hogareño.

Se lavó las manos en cada pequeña pausa, por el asco de compartir texturas, pero un único objetivo particular;

Proveer.

Se vistió exquisitamente bien, con un traje de tres piezas y una corbata roja, arregló su suave cabello detrás de sus orejas, y expuso su lunar blanco en el cabello a modo de flequillo.

Avanzó a su auto y se aseguró de dejar la lonchera bien posicionada en el asiento del copiloto para que no se volteara. Condujo a la comisaría con aire renovado, y se estacionó en su lugar habitual, descendiendo para saludar a todos con un pequeño aire de victoria.

No vio al pequeño torbellino con ojos ámbar e intuyó que estaba en su oficina. Tocó dos veces antes de adentrarse en la oscura habitación y se encontró con cabello disperso en la mesa.

Se sonrió con la imagen, recargándose momentáneamente en el marco previo a acercarse y dejar la lonchera llena en el escritorio. Retrocedió sin otra intención y salió con el objetivo de encontrarse con Philza en su oficina.

Avanzó, sereno, y cuando abrió la puerta se encontró con las miradas curiosas de varios en el interior.

–¿Café?

–Gracias, Tina.

La joven desapareció hábilmente en el exterior y él se concentró en las miradas confundidas de los hombres dentro, parecían pálidos y fuera de sus ligas.

–¿Y? —empezó.

–Un cuerpo. —habló un azabache.

–No estoy seguro. —dijo otro.

Retorcido / GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora