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Despertó de golpe, mirando a su alrededor a punto de lanzarse encima de quien sea para protegerse, pero se detuvo al ver el rostro de Cellbit poniendo atención al camino.

–Buenos días para ti también, Roier.

–¿Qué pasó?

–Perdiste el conocimiento y te golpeaste la cabeza. —sonrió. –¿Estás mejor?

–¿Y mi auto?

–Siendo remolcado por la grúa, posiblemente ya llegó a tu hogar.

–¿Y cómo sabría dónde vivo? —sostuvo su cabeza, encontrando una pequeña vendita elástica en la frente.

–Afortunadamente eres un ciudadano responsable que carga consigo su credencial de identificación.

Roier dudó, pues su credencial aún tenía la dirección de su domicilio anterior.

–En tu credencial de policía. —terminó él.

¿Cómo sabía que había dudado de su palabra? ¿Acaso era adivino?

–Soy detective, Roier, conozco esa cara.

Lo miró con una mueca indiscreta, y luego se volteó para mirar el camino alfombrado de hojas de otoño.

Tipo raro.

–¿A dónde vamos? Este no es el camino a mi casa. —objetó.

–En camino a reponer el nulo desayuno que quedó en tus paredes gástricas. —lo miró de reojo. –Quiero un café urgentemente.

Roier no opuso resistencia. Principalmente porque estaba en un auto en movimiento que no le permitiría salir, pero también por no saber exactamente dónde estaba y miró atentamente el camino con su desconfianza natural.

Reconoció después de un rato el camino boscoso por el que pasó la primera vez que llegó a la conurbación y entendió que estaban bajando por uno de los caminos que llevaban directamente a la gran ciudad, concentrándose para recordar algunos detalles.

–Hay un café muy bueno aquí, cuando tengo un poco de tiempo vengo para distraerme de la carga. —explicó.

–No conozco la zona.

–Bueno, si eres un alma solitaria como yo quizá puedas valorar algunos buenos lugares. —señaló a la lejanía. –Es ahí.

Dirigió su mirada a donde él lo hacía, y encontró una pequeña cafetería en la esquina de una de las tantas calles, sintiendo que por algún motivo la conocía.

Encontraron donde parquear el auto y salió junto con él para llegar al lugar, sonriendo apenas un centímetro cuando le abrió la puerta y lo dejó entrar primero. Se paralizó por el olor de los croissants, el café negro, y aquellos con crema o leche.

Nunca pensó que tantos olores en el ambiente lo hicieran sentir tan ansioso de probar bocado, así que solo obedeció cuando Cellbit le señaló su mesa favorita, y colgó su abrigo en el perchero antes de sentarse juntos.

No fue consciente de las palabras que él le ofrecía a la joven que se acercó para tomar su orden, y aceptó o negó solo con la cabeza. Cuando despertó de su trance tenía un sándwich en su plato del que no dudó ni un segundo en darle una mordida.

–Pudiste elegir algo mejor. —lo escuchó criticar.

–Solo le hago caso a mi propio estómago, gracias.

La risa suave de Cellbit se perdió en el ambiente, y fingió no incomodarse cuando él lo miró con calma mientras devoraba el pan con mayonesa.

–Gracias.

Retorcido / GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora