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Cellbit se sobresaltó cuando el timbre resonó en su habitación.

No era un hombre entusiasta de las visitas, mucho menos cuando ni siquiera eran deseadas, ni esperadas. Se arregló la toalla de baño y estuvo dispuesto a dejarlo pasar, hasta que la insistencia fue evidente, y deseó asfixiar a quien sea que lo interrumpiera.

Bajó con prisa de despachar de vuelta a quien estuviese fuera, y cuando pudo abrir la puerta se quedó mudo al reconocer los ojos ambarinos de Roier.

–Hola, Cellbit. —saludó él, con una pequeña sonrisa tirando de sus labios.

–Roier. —se recompuso. –¿Qué te trae por aquí?

–Bueno, me quedé pensando en tu invitación —tanteó, desviando la vista.

–¿Cuál de todas?

Era cierto, el cenizo le había hecho a lo largo del tiempo una gran cantidad de propuestas variadas, ninguna extraña, pero aún con todo y ello Roier siempre se encargaba de rechazarlas amablemente, obligándose a no ser tan expresivo.

Había tenido experiencias que lo habían sacado de su zona de confort, y lo que menos quería era que las cosas con él se pusieran demasiado raras.

–La última, sobre los libros.

Cellbit asintió con entendimiento, haciéndose a un lado para dejarlo pasar por el costado y lanzando una mueca pensativa antes de acariciar su mejilla por dentro con su lengua, impropio de él.

–Prepararé el vino.

Roier cerró la puerta mientras lo vio avanzar apacible por el pasillo hacia su cocina sagrada. Bien sabía que no era fan de la compañía en ella, pero a veces se aventuraba para hacerlo desequilibrarse.

Hoy no era uno de esos días.

Caminó obediente hacia la habitación que conocía mejor que nadie, y abrió la puerta, confiando en que no le había puesto ningún seguro, sorprendiéndose porque sus sospechas eran reales.

Solo bastó empujar un poco la puerta y la imponente vista de todos esos libros lo inundó, sonriendo ampliamente antes de ingresar.

Como un ritual siguió en línea recta al pequeño baño en la esquina de la habitación y se lavó las manos con fuerza, intentando deshacerse de lo que sea que lo estaba atormentando los últimos días. Se secó en la fina toalla y luego tomó un par de segundos para mirarse con atención, repasando sus líneas de expresión y las ojeras bajo sus párpados.

Se veían oscurecidos, como si se hubiese puesto sombras, pero desertó de su idea cuando pensó en todas esas veces en que le costó conciliar el sueño. Se peinó lentamente y luego simplemente suspiró cansado, retomando el valor para convertirse en alguien distinto una vez atravesara el umbral.

Se encontró con Cellbit entrando en la habitación con dos copas y un vino espumoso, justo a tiempo para mantener un íntimo momento de lectura compartida, cada uno en sus asuntos.

Se sentó en el costoso sillón y esperó a que le sirviera su copa para mirar alrededor una vez más, preguntándose internamente lo que le apetecía leer esta vez.

El cenizo se estiró solo para tomar el montón de carpetas a su lado y se dedicó a pasar lentamente las páginas con parsimonia, absorbiendo un poco de las notas de aquellos que, como él, intentaban encontrar a un maldito psicópata.

Roier no duró mucho tiempo en su lugar, como adivinó, y se dedicó a mirarlo de reojo en su recorrido habitual en los estantes varios, acomodados obsesivamente por letra. Paseó sus dedos por los lomos, deletreando y tarareando distraído, llegando a uno en particular.

Retorcido / GuapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora