Capítulo 4

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Harper aparcó el todoterreno en la entrada de su casa y apagó el motor, dejando que el suave murmullo del aire acondicionado fuera reemplazado por el sonido del viento y el lejano rumor de las olas. Respiró hondo, disfrutando del momento de tranquilidad antes de entrar en la mansión. Había pasado el día con Leah y Morgan en el Seaside Ridge Club y aunque había sido relajante en su mayor parte, aún no podía deshacerse de la inquietud que la había acompañado desde la fiesta de la noche anterior.

Salió del coche, cerrando la puerta con un golpe suave y caminó hacia la imponente entrada de la mansión Hargrave. Las luces estaban encendidas, lo que significaba que sus padres, Liam y Charlotte, estaban en casa. Vaya milagro, pensó Harper con ironía. Sus padres, dueños de una cadena de hoteles de lujo, siempre estaban viajando por trabajo. Verlos en casa dos noches seguidas era algo raro, aunque Harper sabía que la razón de su presencia era la gala benéfica que se celebraría la noche siguiente, un evento en el que la familia Hargrave no podía faltar.

Cuando abrió la puerta, el suave aroma de las velas de lavanda y vainilla que su madre tanto adoraba la envolvió. Se quitó las sandalias y cruzó el vestíbulo en dirección a la sala de estar, donde escuchaba el murmullo de voces familiares.

—¡Harper! —La voz de su madre resonó alegre desde el salón—. ¡Ven aquí, cariño!

Harper dejó su bolso sobre la mesita en el pasillo y caminó hacia la sala, donde encontró a sus padres sentados en el elegante sofá beige de terciopelo, ambos con copas de vino en la mano. La imagen era casi demasiado perfecta, su madre, con un vestido color marfil impecable y su cabello rubio recogido en un moño. Su padre, con una camisa de lino blanco y recién afeitado parecía relajado.

—¿Qué tal en el club? —preguntó su madre, sonriendo con esa calidez que solo aparecía en los momentos más tranquilos de la familia.

—Bien —respondió Harper, forzando una pequeña sonrisa—. Fue... lo de siempre.

—¿Lo de siempre? —su padre intervino con una ceja levantada—. Supongo que eso significa que lo pasaste de maravilla.

Harper se encogió de hombros y se dejó caer en el sillón frente a ellos, agotada. No quería admitir que se había sentido fuera de lugar, incluso entre sus amigas.

—Bueno, cariño, mañana es la gran noche —dijo su madre con un brillo en los ojos—. ¡La gala benéfica! Y quiero que estés preparada. He dejado en tu vestidor un par de vestidos que enviaron los diseñadores esta mañana. Son espectaculares. Vas a deslumbrar.

Harper asintió lentamente. Sabía que la gala era un evento importante para su familia y que se esperaba que estuviera perfecta. Era un escaparate de las mejores familias de Palm Beach, un lugar donde la imagen lo era todo. Y su madre, por supuesto, estaba en su elemento, como siempre.

—Ya me imaginaba que me tenías algo listo —dijo Harper, cruzando los brazos sobre el pecho, en un gesto casi defensivo.

—De hecho, hay dos opciones —continuó su madre—. Quiero que elijas con calma. Uno es un vestido dorado que resaltará tu piel y el otro es más sobrio, en azul marino. Ambos son espectaculares, pero tú decides cuál te hará sentir más cómoda.

Harper sintió una punzada de irritación. Sabía que su madre quería lo mejor para ella, pero a veces sentía que estaba siendo moldeada para encajar en un papel que no había elegido. La chica perfecta de Palm Beach, pensó con sarcasmo.

—Gracias, mamá —respondió, tratando de sonar agradecida—. Me los probaré más tarde.

Su madre sonrió y luego, como si recordara algo de repente, le lanzó una mirada cargada de significado.

Bajo Cielos OpuestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora